miércoles, 16 de septiembre de 2009

APUNTES MÁGICOS

Joaquín Córdova Rivas

Escribo ahora para pedirte –lector o lectora– que hagas exactamente lo contrario a lo que el Presidente exige. Escribo ahora para recordarte que el estoicismo, la resignación, la complicidad, el silencio, y la impasibilidad de tantos explican por qué un país tan majestuoso como México ha sido tan mal gobernado. Es la tarea del ciudadano, como lo apuntaba Günter Grass, vivir con la boca abierta. Hablar bien de los ríos claros y transparentes, pero hablar mal de los políticos opacos y tramposos; hablar bien de los árboles erguidos y frondosos pero hablar mal de las instituciones torcidas y corrompidas; hablar bien del país pero hablar mal de quienes se lo han embolsado. Denise Dresser.

¿Cómo se celebra una fiesta en un país en guerra? En el Zócalo de la ciudad de México hay una barrera física que separa 70 metros al que cobra como presidente de la República y los ciudadanos; la vigilancia es extrema en el resto de las capitales estatales y municipales del país.
Plaza de Armas de la ciudad de Querétaro a las 21:00 horas, hay más policías y soldados que festejantes, las calles están cerradas y sólo se permite el paso por unos cuantos lugares con arcos detectores de metales, esculcan las bolsas, morrales y todo lo que a “alguien” le parezca “sospechoso”, en el único acceso que comunica el jardín Zenea y la Plaza hay que hacer fila para ser revisado, a un costado de la tienda departamental hay una fila de granaderos equipados, los grupos policiacos que deambulan entre la gente son más numerosos que cualquier familia de paseo por el lugar.
Las arengas a los héroes patrios, los fuegos artificiales, los efectos especiales luminosos no pueden ocultar que el enemigo es invisible a menos que se quiera dejar ver. Como lo advirtieran desde hace años diversos analistas como Umberto Eco, las guerras modernas se libran entre fuerzas regulares y enemigos que no pueden distinguirse porque no tienen un territorio delimitado, ni usan uniformes, no pertenecen a grupos étnicos o religiosos diferentes; es más, el principal poder de fuego no es el calibre de las armas sino la ambición humana, el miedo, la capacidad de corromper, la necesidad de ser exitoso en una sociedad que cierra casi todas las posibilidades de hacerlo legalmente pero que, increíblemente, facilita la evasión fiscal, el movimiento de capitales de gran tamaño sin que se les toque e investigue, el derroche público que suscita admiración y envidia, sin preguntas sobre su origen.
El gesto adusto, la pose envalentonada, el “viva” a una revolución en que no se cree sólo funcionan para consumo interno, para reforzar el ego, para tratar de hacer creer a los demás que se gana aunque no se sepa si se está perdiendo.
Detrás están quedando los “daños colaterales”, los ejecutados, los detenidos arbitrariamente, los “levantados”, los derechos humanos que a todos estorban, el autoritarismo que se instala como “normalidad” y todo con el pretexto de ganar una guerra que entre más prolongada sea será más difícil diferenciar entre vencedores y vencidos.
A la falta de táctica y estrategia hay que suplirlas con algo y para eso está el pensamiento mágico que desde hace 9 años se instaló hasta en la presidencia de la república, habiendo permeado antes todos los niveles de gobierno.
Su mecanismo es muy sencillo, se consigue alguien que crea que tiene buenas intenciones aunque sea un ignorante en lo que se le encomienda hacer, esas buenas intenciones son el pretexto básico para que el pensamiento autoritario se dé vuelo. Como no saben sustentar sus decisiones en datos objetivos, como no saben interpretar el curso histórico del país y de la institución para la que trabajan y los ciudadanos a los que deben servir, se ponen a decidir con base en lo que se les ocurre en el momento. Ni qué decir que sus buenas intenciones los convierten, en automático, en los líderes jamás soñados por sus subordinados, que sólo deben plegarse a las ordenes del jefe aunque no las conozcan, porque esa es otra característica, hay que adivinarles el pensamiento ya que consideran una pérdida de tiempo comunicar lo que se les ocurrió.
Hasta aquí lo dicho parece una ociosidad, pero no se crean, si lo pensamos tantito encontraremos muchas áreas de gobierno que se supone que funcionan así. La falta de preparación de sus titulares tiene que disfrazarse para no caer en el ridículo, es más, nunca se equivocan, si las cosas no salen como se les ocurrió es porque los astros están desalineados --¿le suena la fracesita?--, porque el destino no lo quiso, porque los dioses no estuvieron de acuerdo o, lo más fácil, porque los subordinados boicotearon las genialidades del jefe, porque no le adivinaron el pensamiento, porque no supieron que cuando decía una cosa es que pensaba otra y lo pensado es lo que vale.
Cada vez más se popularizan argumentos como este: hay problemas, hay que hacer algo y ese hacer algo sustituye al análisis serio de la situación, y ese algo que hay que hacer será cualquier cosa que se le ocurra porque, total, algo bueno saldrá, y si no sale ya vimos los pretextos.
A ese pensamiento mágico le estorban las críticas, si algo no va como las neuronas del bienintencionado quiere, es porque sólo nos fijamos en lo malo y no en lo bueno, es más, en el pensamiento presidencial si todos hablamos bien del país y eso incluye a su desgobierno, el país en automático tendrá que mejorar. Pero si sus tonterías hacen que todos hablen mal entonces el país irá mal, no por su culpa o responsabilidad por tomar malas decisiones, sino porque las energías negativas de las críticas obscurecen los múltiples e imaginarios aciertos.
Habría que hacerle caso a un personaje tan luminoso como Elba Esther Gordillo y convertir las escuelas normales –esas donde se forman los profesores--en academias de magia, a ver si así salimos de broncas.