jueves, 28 de enero de 2010

EL DESASTRE Y EL NEGOCIO

Joaquín Córdova Rivas

Vivimos diferente, a un ritmo que por su velocidad nos hace tropezar continuamente, pero seguimos pensando como si nada hubiera cambiado. Nos aferramos a moldes o paradigmas rebasados y en lugar de construir formas nuevas de ver este mundo nuevo queremos retroceder en la historia en la búsqueda de falsas seguridades, muchas interpretaciones que ya habíamos desechado, porque no servían para ubicarnos en nuestra vida, las estamos reciclando.
Por ejemplo, la primera reacción que desató la agresión brutal sufrida por el futbolista paraguayo Salvador Cabañas fue la de culparlo, como si no tuviera derecho a desvelarse, a divertirse junto con la parte de su familia que está en este país –su esposa y cuñado—, a asistir a un lugar que debiera garantizar su seguridad y la de sus acompañantes, supervisado por una autoridad que trabaja para todos. Regresamos al viejo esquema de “si le pasó algo fue porque se lo merece”, “quien le manda andar a esas horas en un bar”, “seguramente a esa hora no estaba rezando el rosario”, en resumen: él tiene la culpa. Como si hubiera horas para portarse bien y horas para portarse mal, sin entender que vivir en sociedad sin dañar a alguien, sin cometer delito alguno, viviendo y dejando vivir, no requiere de la supervisión de las autoproclamadas “buenas conciencias” que todo se lo achacan a fuerzas sobrenaturales que castigan a otros porque no los premian a ellos.
La difusión de la fotografía de esta víctima de la sinrazón y la violencia, tirado en el piso, sangrando, va más allá del interés de informar, se están violentando derechos de las personas con el mero pretexto de la oportunidad, de elevar la audiencia –el rating—de los morbosos que no se satisfacen con nada.
En el mediano plazo la rutina nos vuelve insensibles, nos acostumbramos a las escenas sangrientas, al recuento de víctimas, a la repetición sin fin de los edificios derrumbados, de los mutilados, de los que pelean a muerte un pedazo de comida, un techo, una oportunidad para sobrevivir.
Por eso es tiempo de hablar de Haití, porque la emergencia va para largo y en unas cuantas semanas o días ya no será noticia. Porque nuestra forma de vida necesita de nuevos desastres para mantenernos entretenidos y para que el sistema económico siga aprovechándolos para mantenerse como el único posible, a pesar de sus efectos.
Comencemos por lo básico, ahora sabemos que según Roberto Soca y su libro La fascinante historia de las palabras los naturales del lugar, los taínos, llamaban a esa isla Ayití que significa “tierra de las altas montañas” o “la montaña sobre el mar”, también que fue la primera región de nuestra América que logró su independencia, que a pesar de tal antecedente ha sido explotada por otros países y por tiranos propios y extraños, incluso fue protectorado norteamericano por varios lustros y tampoco le fue bien. Así que reciclar esa idea quizás no sea lo mejor, a pesar de la situación actual.
El desastre haitiano no tiene nada que ver con el color de su piel, con sus rituales religiosos, con su origen africano o con la mala suerte, es más, su futuro estará determinado por modelos de globalización sobre los que no tienen influencia alguna, para su mayor desgracia.
Ante la parsimonia de los científicos sociales occidentales, los países que padecieron por décadas el “socialismo real” con su cauda de asesinatos e intolerancias y que, se supondría, estarían profundamente agradecidos con el neoliberalismo capitalista que los liberó, son los que están produciendo las teorías y críticas más interesantes. El filósofo esloveno Slavoj Zizek (Diario El Clarín La crisis vivida como electroshock) intenta una forma diferente de pensar las cosas, de interpretarlas, sin perder y sin renegar de su pasado, sino tomándolo como trampolín para no quedarse sin piso. El panorama que percibe es espeluznante porque desnuda las falsas ayudas y los verdaderos intereses que encubren. Por ejemplo, hace una comparación interesante con información disponible en los medios de comunicación pero que pocos relacionan: “La crisis financiera hizo imposible ignorar la flagrante irracionalidad del capitalismo global. Basta con comparar los 700.000 millones de dólares que se destinaron a la estabilización del sistema bancario tan sólo en los Estados Unidos con el hecho de que, de los 22.000 millones de dólares que los países más ricos iban a destinar a la ayuda a la agricultura de los países más pobres en este año de crisis de alimentos, sólo se aportaron 2.200 millones. La culpa de esa crisis de alimentos no puede atribuirse a los sospechosos habituales como la corrupción, la ineficiencia y el intervencionismo estatal de los países del Tercer Mundo. Al contrario, depende de manera directa de la globalización de la agricultura (…) el vertiginoso aumento del precio de los granos (producto también de su uso para la producción de biocombustibles) de los últimos años ya dio lugar a hambrunas en países, de Haití a Etiopía.”
Según Zizek y algunos otros pensadores, el sistema económico actual se beneficia hasta de los desastres, por eso, según esta lógica, la presencia de más de 10 mil marines estadunidenses y tan sólo 600 médicos y rescatistas de la misma nacionalidad en Haití no es casualidad ni coincidencia. Seguramente detrás de ellos aparecerán los grandes conglomerados empresariales prestos para usar el dinero de la ayuda internacional para pagarse sus servicios en seguridad, construcción de viviendas, asesorías para realizar elecciones, para invertir en los campos o lo que sea, o para prestar dinero para que sigan pagando su deuda externa; ya lo hicieron con Irak y lo harán con quien se deje.
Eso no significa que se deje de ayudar, sino que la ayuda llegue a quienes la necesitan sin que otros busquen hacer negocio, hay que recordar que a pedido de la ONU nuestro país y de nuestros impuestos aportó 8 millones de dólares, además de lo enviado en especie y de los voluntarios que hicieron lo que pudieron.
Otra globalización tomaría la pobreza, el cambio climático, la falta creciente de agua, alimentos, educación, salud, empleos y salarios dignos como problemas a resolver por todos, de forma solidaria, pero dejaríamos de ser humanos, al menos como nos conocemos ahora.