sábado, 8 de enero de 2011

SUPERSTICIOSOS

“Seríamos peores de lo que somos sin los buenos libros que leímos, más conformistas, menos inquietos e insumisos y el espíritu crítico, motor del progreso, ni siquiera existiría. Igual que escribir, leer es protestar contra las insuficiencias de la vida. Quien busca en la ficción lo que no tiene, dice, sin necesidad de decirlo, ni siquiera saberlo, que la vida tal como es no nos basta para colmar nuestra sed de absoluto, fundamento de la condición humana, y que debería ser mejor. Inventamos las ficciones para poder vivir de alguna manera las muchas vidas que quisiéramos tener cuando apenas disponemos de una sola.” Mario Vargas Llosa, fragmento del discurso para agradecer el premio Nobel de Literatura 2010.

Porque somos mortales usamos la imaginación para vivir más de lo que nuestro cuerpo nos permite, por eso creamos el arte y la literatura, por eso, dice Vargas Llosa, existe el espíritu crítico, el que nos hace avanzar porque nos rebela contra las insuficiencias de esta, nuestra vida.

Finalizar un año y comenzar otro es arbitrario, es más el deseo de que algunas cosas tengan término y se puedan olvidar, que un verdadero dique contra los infortunios. Con el año nuevo creemos que todo puede ir mejor porque es así: nuevo. Porque no tiene las manchas que acumularon los 365 días anteriores.

Ese comportamiento, más supersticioso que racional, puede servir al menos para reflexionar en lo que está mal o nos incomoda, para plantear cambios necesarios que podrían iniciarse en cualquier momento pero que aprovechan una fecha o momento de la historia personal y colectiva que parece propicio. No por nada la Encuesta sobre la Percepción Pública de la Ciencia y la Tecnología en México 2009, que elaboraron el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) y el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), nos muestra como lo que somos: supersticiosos, poco racionales. Según los datos de la misma el 83.6% de los mexicanos reconocen que “confiamos demasiado en la fe y muy poco en la ciencia”. Somos un pueblo de muchas creencias y pocas realidades, por eso nos manipulan y se ríen de nosotros, porque lo permitimos.

Rosaura Ruiz, entrevistada por el diario El Universal, directora de la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y ex presidenta de la Academia Mexicana de Ciencias, afirma que “no es posible que ante los avances tecnológicos y de la ciencia que nos brinda el siglo XXI, en México, la población tenga como opciones, para resolver sus problemas, a los horóscopos, la magia, los números de la suerte, la lectura del café, o a señoras que salen en la televisión o brindan sus servicios por teléfono para resolver lo mismo problemas de amor que de empleo o salud. Esto puede causar risa, pero es desesperante y grave para el desarrollo nacional”.

No es lo mismo el imaginar y el saber, que el creer ciegamente en lo que otros dicen nada más porque lo dicen, porque debemos tenerlos como privilegiados en conocer cosas que para los demás están ocultas. La imaginación y los conocimientos se comparten, forman parte de nuestra forma de ver el mundo, de interpretarlo, de transformarlo. Lo otro es para encubrir el conformismo, el pensar que las cosas por sí solas mejoran o empeoran sin que tengamos nada que ver con ello. Creer ciegamente anula la voluntad y niega la libertad.

Por ejemplo, creer que disminuyendo la edad para castigar las conductas inadecuadas de jóvenes y niños va a arreglar ese problema, es creer en la magia de los números o de las leyes. Especificar una edad de 18 años para considerar que alguien es plenamente responsable de sus actos tiene fundamentos que van más allá de la numerología. 18 años es el tiempo que una sociedad se da para educar a sus miembros más jóvenes, para que estos conozcan sobre la necesidad de llevar una coexistencia pacífica, que les corresponden derechos que conllevan obligaciones, para enseñarlos a hacer juicios morales y que sepan diferenciar lo que está bien de lo que está mal en situaciones reales, cotidianas, propias. El saber que hacer o no hacer tiene consecuencias agradables o no. No solo educa la escuela, también la familia, la iglesia, los medios de comunicación, las ciudades, todo lo que nos rodea y el universo que llevamos dentro. Reconocer que cada vez más niños y jóvenes se sienten atraídos por comportamientos antisociales es reconocer que como sociedad no funcionamos, que estamos derrotados y entonces, para purificar nuestras culpas, sólo se nos ocurre castigarlos en lugar de proponer y llevar a la práctica un rediseño social. Y es que, de hacer esto último, los que disfrutan de privilegios, de impunidades y corrupciones serían los primeros afectados y eso no están dispuestos a permitirlo. No se vale castigar a seres humanos en formación inicial sin pensar en elevar las penalidades de aquellos que, siendo mayores de edad y sabiendo lo que están haciendo, se benefician de la actividad de esos menores que por lo mismo son más vulnerables a presiones externas.

El espacio se acaba y apenas dio para esbozar algunas ideas. Eso no es culpa del año nuevo, porque, no hay que olvidarlo, es de mala suerte ser supersticioso.