viernes, 11 de marzo de 2011

EN EL TINTERO

Cuando algún tema no encuentra lugar en la aterradora hoja en blanco suele decirse que se quedó pendiente, encerrado en ese espacio asfixiante que antes, muy antes, contenía la tinta que habría de trasladarse a la punta de una fina pluma de ave y de allí al papel. La metáfora, actualizada a nuestro tiempo inundado tecnológicamente, podría quedar en que el archivo correspondiente se quedó atrapado entre el teclado, el disco duro y el e-mail, aunque en realidad se dejó de escribir por falta de claridad en el trato, porque las circunstancias lo pospusieron, o por quién sabe qué otro motivo. No son por que carezcan de importancia, todo lo contrario.

Uno de esos temas tiene que ver con la derrota anticipada del poder público ante la delincuencia, organizada o no. Nos referimos a la violencia que se despliega de manera descarada, que aparece en forma de ejecutados, decapitados, incinerados, levantados, secuestrados, extorsionados, amenazados y demás; porque la otra, la igual de violenta pero menos visible, la de cuello blanco, la de las corrupciones empresariales, religiosas y políticas, la de los privilegios indebidos, la de las fortunas mal habidas pero adecentadas y lavadas en algunos medios de comunicación, parecen otra cosa. Bueno, esa derrota se concreta en la propuesta y puesta en construcción de más cuarteles militares diseminados en la limitada geografía queretana, como si le regreso a un modelo feudal fuera lo más adecuado frente a fenómenos delictivos que usan las tecnologías más modernas para saltarse tiempos y espacios. Peor si llegamos a creer que es más efectivo un retén o una bala que la prevención coordinada por todas las instancias gubernamentales junto con la sociedad, malo si nos tragamos la idea de que es necesario que mueran ciudadanos ajenos al crimen y la delincuencia con tal de acabar con unos “malos” que solo la confrontación del momento definió como tales, y nadie más.

El mismo, o mayor poder disuasivo de un cuartel militar lo puede tener el trabajo de inteligencia, una policía preventiva bien capacitada humana y técnicamente, un poder judicial justo y oportuno, una ciudadanía con intereses y valores que trasciendan las ganancias instantáneas y el mínimo esfuerzo, un poder ejecutivo que no renuncie a sus responsabilidades. El problema no es construir bases militares por todos lados, sí lo es el que se vuelvan indispensables y se pierdan derechos y libertades creyendo que las estamos protegiendo, sí lo es el construir el tejido social necesario para desmantelarlas después. Por lo menos un gobernador o presidente municipal depende, todavía, de plazos fatales, de procesos electorales, de la aprobación ciudadana, un jefe militar no, sólo depende de su propia fuerza.

Relacionado con lo anterior y también con la necesidad de recuperarlo de ese tintero que se convierte en un hoyo negro intelectual, el tema de qué enseñamos y cómo lo enseñamos sigue en la polémica y mejor que así sea. Una sociedad que deja de discutir es una sociedad que se muere. Otra vez los filósofos poniendo el dedo donde más duele, denunciando que la subsecretaría de educación media superior de este sufrido país está dejando las disciplinas humanísticas fuera de los planes de estudio, porque nos han dado a creer que lo que se necesita son ingenieros y técnicos, como si ambas cosas estuvieran divorciadas unas de las otras, como si fueran mutuamente excluyentes. Recurramos a un filósofo para que nos explique de qué trata el conflicto aparente, alguien de la llamada escuela de París, Roger-Pol Droit: “Lo que verdaderamente necesitamos son ciudadanos que piensen. La iniciación en la filosofía como crítica es absolutamente esencial en este campo. No se trata de elegir entre buenos ingenieros sin filosofía y filósofos sin formación científica. Se trata más bien de dar a todos los ciudadanos la posibilidad de formarse su propio juicio. Y en ese sentido, una formación bien pensada en filosofía parece absolutamente indispensable, inclusive para los científicos, que también tendrán responsabilidades profesionales en su oficio de ingenieros”. Pero a políticos refractarios al pensamiento y que hacen de la ignorancia ajena el éxito propio no conviene que los demás piensen.

Nos han dicho que la filosofía y el resto de las humanidades no sirven para nada, que no son ciencias, que no producen nada. Totalmente falso, si algo nos vuelve cada vez más humanos es la reflexión en nosotros mismos y en nuestra circunstancia, para cambiarla, para mejorarla, lo mismo se le plantea al filósofo francés en un chat del diario Le Monde: “A fuerza de filosofar demasiado, ¿no se corre el riesgo de caer en la inactividad y de retirarse de la sociedad? Roger-Pol Droit: Ya se le reprochaba a Sócrates quedarse en un rincón a discutir con los jóvenes en lugar de ocuparse de cosas serias como los negocios o la actualidad. Es un viejo reproche al que le podemos dar una vieja respuesta: para actuar, hace falta haber reflexionado. Claro está que el riesgo es siempre encerrarse en la reflexión y, sin duda, también hay que saber parar de pensar.”