viernes, 18 de marzo de 2011

CAMBIAR PARA PERDURAR

Aunque los repudiamos porque somos paradójicamente racistas, nuestros pueblos indígenas son parte importante de un pasado mítico, porque nuestro desconocimiento hace que glorifiquemos lo poco que hemos logrado saber, al tiempo que despreciamos lo que en realidad fueron y siguen siendo. Nuestro escurridizo presente también está habitado por fantasmas, por acartonados modelos a seguir.

Desde hace años, por lo menos desde la década de los 60 del siglo pasado, parte de nuestra educación informal apuntaba a considerar al pueblo japonés como un ejemplo de desarrollo en el corto y largo plazo. En tiempos de Carlos Salinas este llegó a presumir que la educación ideal tenía que ver con el modelo de desarrollo asiático, básicamente nipón, a grado tal que sus hijos estaban estudiando en el Liceo Mexicano-Japonés. Después, los modelos de “calidad” en la producción industrial que fueron adoptados, modificados y desarrollados por el pueblo del sol naciente, han sido, durante mucho tiempo, punto de referencia de productos confiables aunque con caducidades cada vez más cortas.

Ese desarrollo ha tenido sus puntos positivos, principalmente el acelerado incremento en la capacidad productiva y de consumo de su habitante promedio. También sus desventajas, sus sistemas educativo y laboral son tan estrictos que poco tiempo le dedican a disfrutar lo que tienen o pueden tener, generan tan altos niveles de tensión nerviosa que la depresión y el suicidio tiene porcentajes altos en sus atiborradas ciudades. Bueno pues, toda esa capacidad de organización, de recuperación, de trabajo colectivo y en equipo se ponen a prueba otra vez.

La actual tragedia japonesa arroja interrogantes y lecciones que cada quien leerá según su experiencia previa y su necesidad presente. Por ejemplo, en nuestra América Latina no parece haber urgencia para establecer nuevas plantas nucleares, sólo existen 3, una en nuestro país, otra en Brasil y la última en Argentina, y es que a diferencia de Japón nuestros territorios todavía son extensos en comparación con la cantidad de habitantes, poseen cuantiosos recursos naturales y posibilidades de aprovechamiento de fuentes de energía renovables. Para la región asiática, seguramente se trastocará el frágil equilibrio financiero, las pérdidas humanas y materiales parecen ser tan cuantiosas y el modelo económico internacional tan depredador y poco solidario que la recuperación será más profunda de la que admiten las simples sumas de dólares o yenes. La enorme cantidad de capital especulativo seguramente se moverá a donde encuentre mayor posibilidad de incremento en el corto plazo y huirá de nuestros países, que no podrán competir con las tasas de interés que ofrecerá un país parcialmente devastado y ansiado de inversión extranjera, aunque sea en el corto plazo. A menos que nos sorprendan, que las inversiones japonesas afincadas en otras partes del mundo se muevan y apuntalen su lugar de origen, de forma casi altruista y solidaria, algo difícilmente pensable, casi imposible, en un mundo donde la globalización tiene todo excepto compasión y donde el nacionalismo sólo sirve como pretexto para construir barreras protectoras a costa de otros.

Los cambios más interesantes tendrán que ver con la forma de pensar del pueblo japonés, no sólo porque a cualquiera desanima que largos años de trabajo intenso sean echados abajo por uno de los pocos elementos que no se pueden controlar, la naturaleza. Quizás piensen que el esfuerzo continuado debe tener también alguna recompensa, que la sola acumulación de dinero, de productos de alta tecnología no sea lo único que hay que perseguir. Que la vida tiene que ser más disfrutable, que el planeta no puede seguir siendo maltratado impunemente. Que las cosas pueden ser diferentes a como son. También tienen una cultura ancestral de la cual echar mano en estos tiempos difíciles.