domingo, 18 de septiembre de 2011

REQUISITOS

Hasta para renunciar hay que ser oportuno, por lo menos en la política, porque la acción puede trascender, enviar un mensaje, aprovecharla para tomar impulso e iniciar una etapa diferente. Pero fue al revés.

Seguramente nuestro secretario de educación pública, que dedicó el último año para promoverse e intentar ser considerado como candidato de su partido a la presidencia de la república, no solo consideró el ir abajo en las encuestas internas del PAN, también debe haber recibido un adelanto de los resultados de la prueba ENLACE 2011, que es la mejor evaluación a su desempeño; como los resultados no fueron buenos, aunque presume que se alcanzaron metas sexenales, el trampolín de un espectacular avance educativo se rompió apenas agarrando vuelo. Desgraciadamente, es también la tomografía de un sistema educativo esclerosado, cuyas dosis reformistas no logran el objetivo deseado porque la comunicación entre las autoridades y los profesores está mediada por una instancia sindical que todo lo deforma y lo usa para su exclusivo beneficio. Claro, la autoridad tiene su parte de responsabilidad, pero los docentes siguen dejando espacios que les pertenecen de origen y por no ocuparlos están permitiendo que cualquiera se los adueñe, y después se quejan porque sus expectativas y conocimientos cotidianos en el aula no son tomados en cuenta.

Los cambios, para que resulten, deben tomarse como propios, con la conciencia plena de su necesidad y pertinencia, de que se le toma a uno en cuenta como agente activo y no como un simple administrador de las decisiones de otros. Así, las reformas se quedan en simples requisitos, el discurso de los directivos es: “hay que llenar estos formatos nuevos porque a mí me los piden”, la administocracia se vuelve la nueva justificación para los cambios, no hay motivación didáctico-pedagógica, como lo escribe Alexander Schaunard: “Lo que pasa con el grupo otrora compacto, ejemplo viviente de un gremio en plena globalización, es que se hace grumos, se dispersa, forma pequeñas cofradías, que basan su comunicación en sencillos códigos, aferradas a unos cuantos conceptos, limitando su competencia a reducidos ámbitos que los hacen sentir seguros; lo más indispensable para seguir chambeando en la enseñanza, un saber que con cada nueva reforma se ha venido muriendo más y más”. Y entonces las principales resistencias contra los cambios son internas, de un profesorado que no logra asumir un lenguaje diferente, una concepción distinta de su quehacer frente al grupo de estudiantes que también se resiste porque ya se acostumbró a asistir a la escuela y no aprender, sólo cumple con requisitos administrativos para pasar de un grado al otro, igual que sus maestros.

Cuando a los reformadores se les ocurrió decir que lo nuevo era lo mismo que lo que ya se hacía desde hace muchos años se perdió el sentido de todo, otra vez Schaunard (Y ahora… ¿quién podrá defendernos? Revista Educación 2001, septiembre del 2011): “Lo primero que hacemos cuando somos introducidos súbitamente en un nuevo ambiente lingüístico, es tratar de encontrar parecidos fonéticos o gráficos con nuestro propio código para intentar entreabrir la cortina que nos permita atisbar esa nueva realidad. Al final hacemos tantas sustituciones que, sin darnos cuenta, sometimos a la nueva lengua a nuestra gramática acostumbrada, haciendo un vis a vis con el que podemos continuar nuestras vidas…”. Es decir, para hacer lo nuevo seguimos haciendo lo viejo, engañándonos nosotros mismos. Parecer que cambiamos sin realmente hacerlo. Y luego nos sorprendemos de que lo nuevo no dé resultados.

Mientras, los profesores siguen haciendo como que hacen sin hacer realmente. Seguimos cumpliendo con requisitos absurdos con tal de tener mayores ingresos, como el burro persiguiendo la zanahoria que nunca podrá alcanzar. Hasta recurrimos a posgrados “patito” sabiendo que no aprendemos más, que lo supuestamente cursado no tendrá impacto en nuestra práctica cotidiana porque, otra vez, recurrimos a lo ya sabido para no aprender otra cosa, si acaso nos volvemos soberbios. Ese es el juego de la meritocracia.

Nuestras escuelas debieran ser un hervidero de discusiones, los resultados de ENLACE tendrían que estar siendo examinados a detalle, vinculándolos al trabajo en el aula, al de cada quien en particular, al de todos como comunidad, pero eso no sucede, estamos esperando que los administradores nos den su interpretación y nos impongan sus acciones, para cumplir con el requisito.