viernes, 14 de octubre de 2011

MANZANAS


¿Qué tiene de cachonda la manzana que insiste en formar parte importante de la historia de la humanidad?

Por lo menos en lo que corresponde al desarrollo de la civilización occidental, ese curioso fruto, que partido a la mitad despierta los sentidos y la imaginación, ocupa un papel decisivo en nuestra muy particular mitología.

Desde el relato bíblico en el que a Adán y Eva se les presenta la tentación en forma de manzana, con la consecuencia lógica de la necesaria rebeldía ante un dios que pretende controlarlo todo, absolutamente todo. Pasando por un pretencioso y también rebelde Robin Hood que intenta que el sistema económico funcione al revés, los ricos dándole a los pobres parte de su riqueza, aunque sea a fuerzas, y con una puntería capaz de partir en dos una manzana sostenida por la cabeza de alguien apreciado y no sustituible. Siguiendo por las redondeces de un fruto que insiste en caer cerca, y no encima, de un joven observador e inquieto como Isaac Newton para que imagine e invente la ley de la gravedad.

Y qué decir de la compañía disquera formada por el quinteto de Liverpool, sí, los Beatles, con su Apple Records que presentaba en el lado «A» de sus acetatos una manzana verde aparentemente completa, pero que se descubriría partida a la mitad al darse vuelta hacia el lado «B», y de allí el salto tecnológico; otra vez la manzana ligada a la rebeldía frente a lo mismo de siempre, al pensamiento lineal, a trascender lo obvio para descubrir lo que hay oculto, la manzana mordida, cayendo en la tentación de probarla, de no quedarse sólo viéndola, de paladearla, morderla para atrapar sus secretos y hacerlos parte de uno. La manzana de Steve Jobs y sus invenciones, sus carretadas de dinero, mostrando lo que ya sabíamos pero que insistimos en olvidar, que el genio y la riqueza, ni siquiera juntos, pueden vencer a la muerte.

Pero la manzana no basta para endiosar a la tecnología, esa sorprendente búsqueda de lo más chiquito, de lo más rápido, de lo que más contiene, de lo que más distrae por sus múltiples utilidades que pueden funcionar al mismo tiempo, sumiendo nuestro cerebro en un permanente estado de confusión. Falta que la manzana aparezca para decirnos que no todo lo que se puede hacer debe de hacerse, que nos dé la capacidad de prever a dónde nos pueden llevar los cambios tecnológicos que parecen no tener más dirección que la que se dan ellos mismos o algunos personajes siniestros que abundan en la historia. Lo peor es cuando les enseñamos a nuestros niños y jóvenes que las guerras son “buenas” porque “provocan” avances científicos y tecnológicos que no se darían, dicen algunos maestros, si siempre viviéramos en paz. El conflicto como motor de la historia. Pero esa idea no es de las ciencias naturales, por lo menos no enunciada así.
Falta el desarrollo de las ciencias sociales, las temidas y al mismo tiempo despreciadas porque no tienen manzanas, pero nos leen los pensamientos, desnudan nuestras intenciones, nos descubren, todos los días, humanos y diferentes, magníficamente diferentes a las máquinas.