sábado, 7 de enero de 2012

LA GUERRA DE LAS PALABRAS


“Esta es una guerra, y tengan la seguridad de que vamos a ganar”. Felipe Calderón 11 de diciembre del 2006.

Hace 5 años el discurso gubernamental dio un giro que después quiso negarse, pero el daño está hecho y no hay vuelta atrás. El calderonismo sintió la necesidad de inventar un enemigo común que uniera a los mexicanos a su alrededor, que permitiera que se olvidaran las hondas diferencias políticas mal resueltas por un proceso electoral todavía cuestionado. Un núcleo duro, agrupado en la cúpula panista, básicamente en los amigos e incondicionales del recién estrenado y cuestionado presidente, prefirió desviar la atención y evitar las posibles movilizaciones sociales militarizando al país. Los efectos aquí están, más de 50 mil muertos, el ejército en las calles perdiendo el prestigio bien ganado y siendo presa de condiciones para las que no ha sido entrenado. Aún así, las drogas siguen fluyendo hacia nuestro vecino del norte sin grandes fluctuaciones en precio y disponibilidad, lo reprochable, nosotros ponemos los muertos y la pérdida de derechos y libertades mientras ellos utilizan la estructura gubernamental para traficar armas y lavar dinero.

Lo peor del caso es que el jueguito ya nos lo sabíamos, la experiencia de otros países que han transitado por el mismo camino y las advertencias del experto de la ONU en el tema Edgardo Buscaglia, revelaban lo que algunos no querían que se supiera, hasta existen protocolos internacionales, ya probados, para enfrentar al crimen organizado y el ambiente de impunidad y corrupción necesario para que se desarrolle, pero se prefirió no aplicarlos porque el objetivo no era sólo ese. Según Gustavo Ogarrio en La Jornada Semanal del 20 de noviembre de este año: “Sin embargo, este lenguaje es más que una simple construcción retórica o una manera de enfrentar la crisis de legitimidad del Estado mexicano en su proceso de transformación política de la última década. Estaríamos también ante una manera de narrar la secuencia de hechos, acciones y consecuencias de un Estado que, en su ciclo más agresivo y conservador, pasó de la retórica del “libre mercado”, con la que entendía y practicaba la transición a la democracia, a la abierta defensa militar, interna, de su ideología”. Detrás de esa forma de presentar, de narrar, una descarada “guerra” interna contra un enemigo que de manera inexorable resultará derrotado, porque se disfraza como un enfrentamiento, moral y mortal, entre buenos y malos aunque luego no hay forma de saber quiénes son unos y quiénes los otros, se esconde otra, la ideológica, la que ya no encuentra otras formas de legitimarse, la que ya no tiene más argumentos y sólo le queda el “estás conmigo o contra el país”, la entronización del camino único, ese mismo que para imponerse ha recurrido a la militarización en Argentina, Chile, Paraguay, Centroamérica y demás.

No es casual que el discurso que supuestamente aboga por la seguridad se dé el espacio suficiente para machacar sobre las reformas legales que son su real razón de ser, esas que castigan las pensiones, los salarios, los derechos laborales, las instituciones sociales que garantizaban una vida más o menos digna, las libertades individuales y ciudadanas, todo con el pretexto de ganar una guerra que está mal planteada desde el principio. Lo peor es que las recientes crisis económicas han puesto en duda ese neoliberalismo que nuestro gobierno empuja con singular disciplina, no se aprende de la experiencia, se sujeta todo a un marco mental, ideológico, que por definición tiene que ser el único correcto, aunque todo señale lo contrario.

La disyuntiva allí está, el proceso electoral federal ya iniciado es la oportunidad pacífica para rectificar el rumbo, atacar en realidad la corrupción, la impunidad, la desigualdad, con métodos probados y sin castigar a la población en general. Reforzar las libertades sin permitir ataques a los derechos humanos. Lograr empleos suficientes con salarios dignos aprovechando la participación de obreros y los pocos campesinos que quedan. Garantizar educación para todo el que tenga actitud y aptitud. Fortalecer al empresariado nacional, al que produce empleos, el que compite lealmente. Pero… la retórica gubernamental seguirá arando por el mismo surco, ahora amenaza al proceso electoral si el resultado no le conviene, así, como en Michoacán.