viernes, 10 de febrero de 2012

LENGUAJE Y POLÍTICA


“Cuando pronuncio la palabra Futuro,/ la primera sílaba ya se fue al pasado./ Cuando pronuncio la palabra Silencio,/ lo estoy destruyendo./ Cuando pronuncio la palabra Nada,/ estoy creando algo que ya existe.” Wislawa Szymborska, poeta polaca.

La política no espera, tiene plazos fatales que por lo mismo se deben cumplir. Ya tenemos tres virtuales aspirantes a la presidencia, falta el cuarto, el incómodo, el que no estaba invitado. Pero la poesía tampoco puede esperar, por eso el recuerdo a la cotidiana presencia polaca. Lástima que comencemos a conocerla porque su muerte se convierte en noticia en un mundo aparentemente desencantado.

¿Qué tienen que ver la política y la poesía? Lo dijo un italiano que conjuntaba ambas actividades, Dante Alighieri en la voz de uno de sus reseñistas Mariano Pérez Carrasco ―El Clarín Digital―: “para que surja un orden político más pleno tiene que haber un cambio radical en el lenguaje”. Porque detrás de cierto lenguaje político está el ocultamiento de intereses inconfesables, el discurso de las mezquinas intenciones, la retórica de los privilegios indebidos, pero también, si lo cambiamos, está la bondad, la belleza, los intereses comunes, las otras verdades.

Dante busca, escribiendo en un muy joven italiano, traspasar la barrera del latín culto, hacerse accesible para las grandes masas, referirse a las cosas cotidianas que a todos importan; esto último lo hace también Szymborska apenas fallecida el pasado primero de febrero, no importa que escriba en polaco, al reflexionar y embellecer las cosas más sencillas les da otro sentido, las vuelve accesibles, nos reconocemos en ellas.

Con la magia de las palabras lo dice otro de sus admiradores, Jesús Silva-Herzog Márquez ―Reforma 8 de febrero 2012―: Wislawa Szymborska abre la mano a una gota de agua que cae del cielo. En la gota está el Ganges y también el Nilo, la humedad en los bigotes de una foca y el líquido de una vieja vasija china. En esa gota, todo el mundo y todos los tiempos: alguien que se ahogó y quien fue bautizado. En una gota de lluvia, siente que el mundo la toca, delicadamente”. Quién de nosotros logra sentir lo mismo ahora que nos ha llovido recientemente, apenas comenzamos a valorar la lluvia después de meses de angustiosa sequía, de que la sed y el hambre ronda detrás de los más vulnerables, nuestros pueblos originarios, nuestros campesinos que saben del amor al terruño. Cuántos nos olvidamos que somos “polvo de estrellas” como decía Carl Sagan, que por eso mismo, quizás, merecemos ser más de lo que ahora somos.

Lo menos que habría que exigir a nuestros políticos, a esa multiplicidad de rostros que no nos significan nada, es que su lenguaje sea completamente diferente, que abandonen las buenas intenciones antes de que ellas les huyan, que se ahoguen de realidades aunque no sean agradables, aunque duelan; que recurran a la simplicidad de lo complejo, que despierten las esperanzas aletargadas y provoquen la participación de los apáticos. No para manipularlos, sí para tener un presente que valga la pena vivir y revivir.

La recuerda Elena Poniatowska ―La Jornada 3 de febrero 2012―: “En su discurso al recibir el Nobel de Literatura, el 3 de octubre de 1996, Szymborska dijo que cualquier saber que no provoca nuevas preguntas se convierte muy pronto en algo muerto, pierde la temperatura que proporciona la vida. También habló de dos palabras que siempre la estimularon: no sé. Y se refirió a otra polaca insigne: “Si mi compatriota María Sklodowska-Curie no se hubiera dicho ‘no sé’, probablemente se habría convertido en profesora de química en un pensionado de señoritas de buena familia; en este respetable trabajo habría transcurrido su vida. Pero ella se dijo ‘no sé’ y fueron exactamente estas dos palabras las que la condujeron, no una sino dos veces, a Estocolmo, donde se galardona con el premio Nobel a las personas de espíritu inquieto en constante búsqueda”.

Ojalá que nuestros políticos, que todo lo saben, abandonen esa falsa idea, que se dejen de sonrisas perpetuas y vacías, que reconozcan sus casi increíbles limitaciones, que sepan que la imaginación es algo que hay que trabajar, que hablen del presente, que conozcan el pasado, que ignoren el futuro que todavía no existe.

miércoles, 8 de febrero de 2012

RELIGIÓN Y ESTADO


“Con un homenaje solemne en Domrémy-la-Pucelle, la comuna francesa donde nació Juana de Arco hace 600 años, el presidente Nicolas Sarkozy en nombre de Francia rendirá homenaje a la figura mítica de su historia militar y religiosa, quemada en 1431 y cuya existencia siempre inspiró al cine, la literatura, el arte y la política.” Agencia EFE.

La “historia” de la humanidad está llena de mitos religiosos que, curiosamente, las iglesias son las más reacias a reconocer, aunque, a final de cuentas, son las primeras en sacarles jugo. Dicen los historiadores franceses que Juana de Arco es el único mito fundacional con que cuenta su país que se convirtió en mundial, de allí su aparición profusa en la literatura, la escultura, la arquitectura ―existen miles de plazas y calles llamadas Jeanne d'Arc―, la ópera, el teatro y el cine. Además ese mismo mito de la doncella que guía ejércitos hasta la victoria aparece en otras culturas, como la canadiense y la coreana.

A pesar de su raigambre popular fue, según la tradición, quemada por graves acusaciones en su contra, decir que la iglesia católica tuvo un papel importante en esta historia es decir lo menos, basta advertir que tuvo que rectificar y ser rehabilitada por la misma iglesia 25 años después de su muerte, hasta que en 1920 ―a 486 años de esa fecha― fue canonizada por Benedicto XV.

Aún así, la historia y el mito se confunden, a grado tal que el mismo filósofo francés Voltaire “la resucitó no muy positivamente en un poema épico con episodios cómicos, donde narraba como se esforzó por salvar su virginidad y luego, en sus escritos históricos, en los que consideró que su existencia fue fruto de una intriga".

Pero estamos ejemplificando con Francia, un país que teniendo un presidente católico ―Giscard D’Estaing― despenalizó el aborto porque, argumentó, una cosa eran las creencias personales y otra las políticas de Estado. Por eso el primer mandatario Sarkozy se puede dar el lujo de participar en un evento que recuerda a la doncella de Orleans.

Pero la historia de la Nueva España no es igual, la conquista comenzó con un genocidio y con la imposición violenta de un nuevo dios a cargo de órdenes religiosas con una larguísima experiencia en el disfrute desmedido del reino terrenal, con sus escasas y notabilísimas excepciones. Aquí, el papel de la iglesia católica es, por lo menos, muy polémico, siempre se ha asociado a causas impopulares, del lado de los poderosos en turno, olvidándose de su función supuestamente liberadora y a favor de los desposeídos, para que salgan de su situación, no para que se eternicen mansamente en ella.

En este contexto, la visita de ―¿Estado, religiosa?― del papa Benedicto XVI tiene como antecedente inmediato la propuesta de reforma al artículo 24 constitucional, ya aprobada por los diputados federales y pendiente de dictamen en la de senadores. El proceso de cambio, si es que se logra, no será terso ni carente de discusiones; el día primero de febrero, en la prensa escrita nacional, apareció un desplegado, a página completa, firmado por personalidades y organizaciones no gubernamentales, su posición puede resumirse en los puntos 2 y 5: “La reforma al 24 constitucional es una meta acariciada por la jerarquía católica interesada en recuperar privilegios que le reportarían beneficios inmensos en los campos de la educación pública y la posesión y control de los medios masivos de comunicación, y en perjuicio de otras creencias religiosas, de la población católica que no comparte la visión dogmática de la jerarquía eclesial y de quienes no profesan ninguna religión… La mejor manera de garantizar no sólo la libertad religiosa sino la igualdad entre todos los creyentes es un Estado laico, que regule los actos sociales emanados de las creencias religiosas y no privilegie a ninguna religión ni se oponga a ella. El Estado laico, que va más allá de la separación entre el Estado y las iglesias, establece la igualdad real y la no discriminación a partir de la autonomía de lo político frente a lo religioso”. También son cinco el número de exhortos que hacen, rechazando la reforma del artículo 24 y pidiendo “la laicidad como garantía esencial de la República Mexicana” a incluirse plenamente en el artículo 40 de la misma Constitución.

Vamos a ver en qué termina el estira y afloja, porque en plena época electoral todos los partidos saben que declararse a favor de la visita papal, por inoportuna que sea, les garantiza la simpatía de buen número de votantes, aunque se empate con el capricho calderonista de “regalarle” la reforma al 24 a Benedicto XVI, sin importarle las consecuencias, total, ya se va.