viernes, 10 de agosto de 2012

PANISMO VACILANTE

Quién sabe qué tiene Querétaro que les gusta para reunirse y pensar en el futuro. Ejercicio un tanto inútil si el diagnóstico sobre el pasado inmediato resulta fallido. La disyuntiva panista no está entre la reforma y la refundación, ese es un debate falso, apto para detener el apetito de los medios de comunicación que pululan alrededor de este tipo de eventos. El problema con los albiazules es que se quedaron sin banderas, les fueron arrebatadas por un camaleón tricolor que muta cada que las circunstancias le son propicias, allí no valen los principios, allí la historia se borra y se reescribe a conveniencia. Ojalá no lo imiten otra vez, hay que buscar ser oposición, como se nació, como se le dio sentido a la existencia, como se legitimó la lucha por el poder. Hay que reconocer que se perdió el gobierno y se perdió al partido. Que toca recuperar al segundo para competir por el primero. La bandera que puede propiciar la recuperación, la que en el papel no les ha sido robada y que no supieron defender es la de la honestidad y la transparencia en el ejercicio del presupuesto público, allí queda, desgraciadamente, muchísimo por hacer. El apego a sus principios como un derecho histórico denunciando el oportunismo del adversario, que en cualquier momento puede volver a mutar y traicionar lo que sea, a quien sea y como sea. Por el lado de “las izquierdas” queda concluir el proceso electoral, llegar hasta lo último que las instancias legales prevén, encausar el enojo de muchos ciudadanos que alcanzan a vislumbrar que esta democracia neoliberal quizás no sea el camino más adecuado para resolver las disputas por el poder, proponerle cambios, transformarla en algo completamente diferente. Ahora sólo es un mecanismo más que utilizan los privilegiados para legalizar sus prácticas corruptas, esas que, saben, provocan mayores desigualdades sociales, más pobreza, menos oportunidades de educación, muertes fácilmente evitables, violencia sin medida. Son perversos, lo saben y no les importa. Uno de los profesores estrella de Harvard, Michael Sendel, que por su posición es más atendido que quien escribe este texto, acaba de publicar un ensayo con el título de What Money can´t buy (lo que el dinero no puede comprar), parte de algo muy simple que sintetiza la periodista Decca Aitkenhead, del diario inglés The Guardian ─el mismo que denunció el acuerdo de Televisa y el PRI para operar a favor de Peña Nieto desde el 2005─ de la siguiente forma: “Vivimos en una época en la cual casi todo se puede comprar y vender”, escribe el filósofo de Harvard. “Hemos pasado de tener una economía de mercado a ser una sociedad de mercado” donde la solución para cualquier forma de problemas sociales y cívicos no es un debate moral sino la ley del mercado, partiendo del supuesto de que los incentivos de dinero en efectivo constituyen siempre el mecanismo apropiado a través del cual se toman las buenas decisiones. Cada aplicación de la actividad humana tiene un precio y se mercantiliza, y todos los juicios de valor se reemplazan por la simple pregunta: “¿Cuánto cuesta?” […] Ponerle un precio a una pantalla plana de TV o a una tostadora es completamente sensato –dice. “Pero cómo valoramos el embarazo, la procreación, nuestros cuerpos, la dignidad humana, el valor y el significado de la enseñanza y el aprendizaje –debemos razonar sobre el valor de los bienes. Los mercados no nos dan ningún marco para mantener esa conversación. Y nos sentimos tentados de evitar esa conversación porque sabemos que no estaremos de acuerdo respecto de cómo valoramos los cuerpos o el embarazo o el sexo o la educación o el servicio militar, sabemos que vamos a disentir. Por eso dejar que los mercados decidan parece ser una modalidad imparcial, neutra. Y esa es la parte más profunda del atractivo; que parece ofrecer una forma de valor neutro, imparcial de determinar el valor de todos los bienes. Sin embargo, la locura de esa promesa –aunque puede ser bastante válida para las tostadoras y las pantallas de televisión– no es válida para los riñones”. Esa “lógica” tampoco es válida para comprar un proceso electoral, para forzar, por la compra o coacción del voto, la elección de alguien que favorezca abiertamente los intereses de los poderosos porque, en automático, será en contra del resto de la población. No todo se vale, no todo se debe poder comprar. Hay que regresar a lo básico, a los principios, a los intereses comunes, a pelear contra las desigualdades sociales. De otra manera todos aceptamos ser convertidos en mercancía, a la disposición de quien sea que nos llegue al precio. Porque estaremos aceptando que estamos en venta.