viernes, 5 de octubre de 2012

CONTANDO HISTORIAS

La historia como un galimatías prescindible y olvidable, como una simple sucesión de fechas destinadas a volver loco a cualquier escolar, y más en un examen; el eterno desfile de personajes con peluquín o vestidos estrafalarios, los grandes acontecimientos considerados así por algún genio de gabinete que nuca se tomó la molestia de explicarlos. Esa era mi visión de esa ciencia social enseñada por profesionistas de las disciplinas más disímbolas y que, obvio, tampoco entendían nada de lo que enseñaban. Hasta que conocí, por sus escritos, a Eric Hobsbawm. Ni siquiera recuerdo el año cronológico o escolar y eso podría considerarse una grosería, pero si tomo en cuenta mi aversión por las fechas, porque históricamente prefería olvidarlas por su falta de significado, ese olvido es una consecuencia lógica de la incomprensión. Con Las Revoluciones Burguesas, ?texto que necesito releer por el simple gusto de volver a entender la relación entre las revoluciones Francesa e Industrial, avistar el nacimiento de conceptos que se requerían ante fenómenos completamente nuevos y por ello íntimamente ligados a su pasado, encontrarle sentido a las fechas, llenarlas de contenido y relacionarlas con el mundo que estamos viviendo?, cambié mi perspectiva y aprecio por la historia, con minúsculas o con mayúsculas, es lo mismo dada mi aversión anterior. Saber, por fin, que la historia es mucho más que algo que ya pasó, fue un descubrimiento que reordenó todo lo que sabía y le dio sentido. El pasado adquirió vida y la sigue teniendo porque no es algo muerto, sino sujeto a reinterpretaciones, a descubrimientos. A Hobsbawm seguramente es mejor entenderlo y conocerlo a través de sus propias palabras, en este caso recopiladas por José Andrés Rojo del diario español El País del 1 de Octubre del 2012, por ejemplo, sobre este individualismo feroz que promueve el capitalismo voraz: “Creo que el individualismo libertario no es una base adecuada para la política del poder. Porque, en el fondo, el individualismo es lo opuesto a una política colectiva. Se puede movilizar a los pueblos en la senda del nacionalismo, del patriotismo o de otras rutas colectivas, pero si se dice al individuo que lo que cuenta es su supremo interés, luego es muy difícil convencerlo de que debe subordinar ese interés, aunque sea solo en parte, a los intereses de los demás”. Y menos si ese “individuo” está en una posición privilegiada, cercana al poder político o económico, entonces sí, que alguien pretenda convencerlo de que los demás existen más allá que como meros consumidores. Con todo y que nunca renunció a su cercanía ideológica con el marxismo, es más, esa manera de analizar las cosas fue su característica principal, tampoco se engañaba: “…los regímenes comunistas eran, en cierto sentido y deliberadamente, regímenes elitistas. Aunque sólo fuese por el énfasis que ponían en el papel de guía que debía desempeñar el partido. Su objetivo no era convertir al pueblo, las suyas no eran fes, sino iglesias oficiales. Por esta razón, la mayor parte de los pueblos sometidos a estos regímenes estaban fundamentalmente despolitizados. El comunismo no entró nunca en sus vidas en el sentido en que, por ejemplo, el catolicismo entró en las vidas y en las conciencias de los pueblos de América Latina tras la colonización. El comunismo era algo de lo que se esperaba buenos o malos resultados, pero que en general no fue interiorizado por los pueblos”. Hay categorías que se antojan indispensables en un historiador como este, pero que notamos totalmente ausentes en los procesos escolares de aprendizaje, seguramente por eso nunca me gustó la historia hasta que pude comprenderla a través de este ciudadano del mundo nacido en Alejandría, en un año que aparece continuamente en las efemérides de nuestra cultura occidental, 1917: “Es posible garantizar a todo el mundo que van a tener igual acceso a la Coca-Cola. Pero no es posible que todos tengan el mismo acceso a una entrada para el teatro de ópera de la Scala, de Milán. Porque por la naturaleza misma de este bien, el número de entradas de la Scala es limitado y no se pueden producir más. […] Por eso creo que el problema de la globalización es la aspiración a garantizar un acceso tendencialmente igualitario para todos los productos de un mundo que es, por su naturaleza, desigual y distinto. Hay una tensión entre dos ‘abstracciones’. Se intenta encontrar un denominador común al que puedan acceder todas las personas para cosas que no son, repito, accesibles naturalmente a todos. Y ese denominador es el dinero, es decir, otra ‘abstracción”. Recuerdo como entre brumas el 68 mexicano y francés, que después adquirieron sentido a través de los recuerdos y textos de Heberto Castillo, Eduardo Valle “El Búho”, Elena Poniatowska, Luis González de Alba y otros que de momento se me escapan. Entre Hobsbawm y el 68 se me aparece un camino que vale la pena volver a recorrer, esperando que haya tiempo, porque también no puedo dejar de reconocer la angustia que provoca que los referentes que forman parte de mi vida estén muriendo físicamente. Mientras, hay que disfrutar y comparar otros puntos de vista, desde la literatura por ejemplo, desde un continente que seguimos ignorando, nadie mejor que la joven escritora nigeriana Chimamanda Adichie para saber del “peligro de una sola historia”.