viernes, 30 de noviembre de 2012

REALIDAD LITERARIA

Hay muchos lugares desde donde mirar nuestro país. Lo podemos hacer desde las vallas que amurallan nuestro Congreso, en una muestra más de miedo que de simple precaución; lo podemos hacer desde nuestra frontera norte, carcomida por un indefinido crimen organizado que lo contamina todo, con sus cientos de mujeres asesinadas y desaparecidas, con la impunidad y corrupción rampantes; también desde el otro lado, a las riveras del Suchiate, en los techos de los vagones de ese gusano metálico y privatizado llamado “la bestia”; o desde un mirador que lo abarca todo, que permite escudriñar los detalles, saborearlos o repudiarlos. Más importante que un cambio de gobierno, la cultura trasciende las coyunturas políticas, se salta la censura, sin falsos pudores le pone nombre a las cosas: “Tenemos casi 60 millones de pobres. La pobreza es la mayor derrota de un país. Nuestros jóvenes no tienen sueños. Cuando pregunto a mis alumnos donde quieren estar dentro de 50 años no lo saben, no tienen proyecto de vida”. Élmer Mendoza entrevistado por el diario El País el 26 de este mes, sabe de lo que habla, es uno de los escritores de la llamada narcoliteratura, autor de 3 novelas con ese tema: Balas de plata, La prueba del ácido y Nombre de Perro, además, es profesor desde hace un buen tiempo. Lo dice desde una tribuna privilegiada, la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL), una de las más importantes de habla hispana donde este año se dan cita más de 2 mil editoriales diferentes, 17 mil profesionales del libro, que tiene programada la realización de más de 300 mesas redondas, conferencias, debates y entrevistas; con la presencia de más de 600 escritores y con la invitada de honor, la literatura chilena. En un país donde escribir es jugarse el pellejo, y allí están como muestra macabra los periodistas asesinados y desaparecidos, referirse al narco aunque sea desde la ficción tiene su chiste: “Es una estética de la violencia que se está dando en el cine y la música pero también en la ópera, la danza, las artes plásticas y el teatro. Es todo un movimiento, no es oportunismo. Es como descubrir una veta de metales: habrá quien saque las mejores pepitas y quienes solo rasquen. Me gusta la palabra narcoliteratura porque los que estamos comprometidos con este registro estético de novela social tenemos las pelotas para escribir sobre ello porque crecimos allí y sabemos de qué hablamos”. Tan saben de lo que hablan que Tijuana se ha convertido en la ciudad que más campeones de boxeo ha producido en los años recientes, nos lo platica Omar Millán, entrevistado el 27 de noviembre desde la FIL por el mismo diario español, su libro se titula La fábrica de boxeadores en Tijuana e intenta ser un homenaje a esa sufrida parte de nuestra geografía nacional. L. Prados lo reseña así: De los barrios y gimnasios de Tijuana han surgido en los últimos 30 años 18 campeones mundiales, entre ellos Julio César Chávez y Erik el terrible Morales, hombres cuyos éxitos y fracasos simbolizan el alma de esta ciudad, que como dice el periodista John Lee Anderson en el prólogo, “parece maldecida” por su cercanía a EE UU, “condenada a ser un lugar del que se quiere partir y al que nunca se quiere llegar”. Terrible sentencia esta última, la joya de nuestro experimento neoliberal convertida en un lugar de paso que se convierte en permanencia, que muestra un proceso de descomposición que se está viviendo en otras partes, como Querétaro, con la instalación de maquiladoras con miles de trabajadores jóvenes provenientes de otras partes del país, condenados a no pasar de ser simples obreros por más educación y capacidad que tengan, porque los puestos de supervisión y superiores están destinados a extranjeros. Omar Millán nos da un retrato poco halagüeño de la juventud tijuanense, cuya imagen comienza a aparecer en nuestros barrios y comunidades: “Éramos, sin saberlo ni quererlo, hijos de las devaluaciones y las crisis económicas que azotaban el país cada sexenio. Nuestros padres habían grabado en nuestros cromosomas los funerales de la esperanza. Así que pelear a puñetazos, conocer el sexo y emborracharse hasta olvidar nuestros nombres antes de cumplir los 15 (…) significaba nuestro mundo; el mundo que nacía cada vez que nos levantábamos del sillón donde dormíamos porque ninguno tenía una recámara propia”. Finalmente, la literatura y la política tienen puntos de encuentro, en este caso lo hace Élmer Mendoza con una declaración que explica, quizás, el porqué el triunfo del partido de la dictadura perfecta, según Mario Vargas Llosa, otro de los asiduos protagonistas de esta feria internacional: “Comparto la indignación de los 50 millones de mexicanos sometidos a la angustia de ver al Ejército en sus calles. En mi ciudad jamás había estallado una bomba y más de 60 policías fueron asesinados. La guerra contra el narco creó terror y una atmósfera de desconfianza. Dicen que la van ganando, pero la guerra no afectó a las actividades principales de las bandas. Todos tenemos la esperanza de que se acabe esta guerra, por eso voté al PRI, porque queremos recorrer las calles sin ir mirándonos la espalda”.