viernes, 18 de enero de 2013

SINDICATOS PARADÓJICOS

Dirigencias cooptadas, centralismo, antidemocracia, opacidad, confusión ideológica, estos son algunos de los vicios que arrastra el sindicalismo en nuestro país, del que nuestro estado, en su etapa industrial, no escapa. Parecen lejanos los tiempos pre revolucionarios de la organización obrera en los ramos textil y minero, donde el sindicalismo era de carácter mutualista “es decir sociedades de asistencia que los obreros construían para apoyarse en caso de alguna desgracia” (http://www.laizquierdasocialista.org/los-sindicatos-en-mexico), y su paso posterior, en 1872, al Gran Círculo Nacional de Obreros de México con una fuerte influencia anarquista que después se vería en las organizaciones inspiradas por los hermanos Flores Magón, más porque el gobierno porfirista no soporta la tentación de intervenir, en 1879, en un conflicto interno de esa primera organización obrera a favor de una de las facciones. Aquí parece inaugurarse la intervención oficial en la vida sindical. No debiera ser ocioso recordar que los sindicatos tienen su razón de ser en la defensa de las condiciones de trabajo y de vida de los obreros, necesariamente confrontados a los intereses y actuar de una clase empresarial dispuesta en todo momento a sacar ventaja de los más vulnerables a través de la imposición de prolongadas jornadas de trabajo, salarios raquíticos y la imposición de modos de producción que atentan contra la sobrevivencia. Las jornadas de 8 horas, el pago de salarios dignos y suficientes para mantener una familia, el derecho al descanso, reparto de utilidades, vivienda, salud, capacitación, reconocimiento de la antigüedad laboral, a una jubilación, han sido conquistas penosamente ganadas y ahora puestas en riesgo. Las cosas no han sido fáciles, ya en 1915 con el pretexto de la insurgencia de los movimientos campesinos en el centro y norte del país (zapatistas y villistas), las organizaciones obreras ligadas al gobierno instauran una supuesta política de colaboración de clases “que se cristalizó en la formación de los "batallones rojos", grupos de obreros armados que combatieron en contra de los ejércitos campesinos de Villa y Zapata.” No seremos puntuales en la historia del sindicalismo, hay material al respecto y no es el objetivo de este texto, en nuestra memoria histórica deben estar Cananea y Río Blanco, los electricistas, tranviarios, ferroviarios, telegrafistas y demás. Basta mencionar que será hasta 1931 con la Ley Federal del Trabajo en que haya un cambio cualitativo en las relaciones de los obreros con el grupo en el poder: “la cual surge con una abierta intención de someter a una rigurosa normatividad la defensa de los intereses de los trabajadores con el fin de establecer un control sobre ellos: el Estado por medio de las juntas de conciliación y arbitraje, se abriga el derecho de declarar legal o ilegal una huelga […] también se atribuye la capacidad de reconocer la existencia o no de un sindicato”. En ese contexto nace la CTM ─Confederación de Trabajadores de México─, con lo que se inaugura formalmente el llamado charrismo sindical, que según las crónicas de la época se debe a: Jesús Díaz de León, “líder” ferrocarrilero gustaba de este deporte nacional, la “charrería” y se vestía con el traje folklórico mexicano tradicional; era el jinete que montaba caballos, era charro. El proceso sindical que se iniciaba llevó a generalizar peyorativamente la palabra “charro” para aplicarla a los supuestos líderes-burócratas dedicados ahora, literalmente, a montarse sobre los obreros y expoliarlos (http://www.fte-energia.org/E77/e77-01.html). Hubo resistencias heroicas, TREMEC en 1981 es un buen ejemplo, la Vidriera, Cardanes, el magisterio disidente, etc. Ese sindicalismo que aún perteneciendo a centrales obreras oficialistas tuvieron sus momentos de independencia. El espacio se termina, la etapa del corporativismo también imprime su sello en esta historia, definido como: “conglomerado de relaciones y apoyos mutuos entre sindicatos, Estado y empresarios, con sus implicaciones en las relaciones laborales” y que “ha establecido entre liderazgo y base trabajadora relaciones de intercambio, sistemas de premios y castigos […] Se trataría de rasgos culturales en los que se combina el estatismo (soluciones de los problemas sólo dentro del Estado), la delegación de las decisiones en los líderes, el patrimonialismo. Los líderes pueden ser vistos como los patrones de los sindicatos en donde las reglas burocráticas no se hacen efectivas sin la intervención personal del líder que implica el favor y el compromiso por parte de quien lo recibe”. Interesaba llegar aquí porque el Sindicato de Trabajadores al Servicio de los Poderes del Estado parece, por los resultados de su más reciente “negociación”, haber caído de lleno en este bache. No que no lo estuviera antes, pero se guardaban las formas, bueno algunas; ahora ni eso según el grueso de sus agremiados, quienes en asamblea general, instancia máxima de decisión, rechazaron de plano sacrificar una parte de su incremento salarial para que se integrara un fideicomiso de vivienda que sacaría a su patrón, el gobierno estatal, de una larga batalla y apuro legal por no haber considerado el derecho a la vivienda que a sus trabajadores, todos, les corresponde. El problema en lugar de resolverse se complicó, está difícil que los trabajadores de este sindicato se queden nada más viendo, sus liderazgos tendrán que responder a lo que se percibe como una entrega de sus representantes.