viernes, 8 de febrero de 2013

NEGAR EL PASADO

Hay ocasiones en que la propia historia se convierte en un estorbo, y no nos referimos a problemas mentales o de conducta producto de una infancia difícil, aunque se podría hacer la comparación. En ese caso estaríamos hablando de un anciano que está por cumplir 85 años, que se niega a reconocer su edad y que queriéndose poner a la moda reniega de su pasado y recurre a los implantes, a los peluquines, a los tintes para el cabello, al viagra, a la amnesia selectiva. Eso le está pasando al Partido Revolucionario Institucional. Claro que cualquiera puede decir que no es lo mismo el paso del tiempo en un ciudadano cualquiera, que en un partido político que busca la eternidad en el poder, y puede que tenga razón. Pero las instituciones están formadas por personas y estas le imponen su sello. Posterior al proceso electoral federal de julio del año pasado, en una mesa radiofónica de análisis en RADAR FM, sostuvimos que se habían enfrentado solo dos proyectos de país, uno, ubicado en la derecha política y representado por el PAN, el PRI y sus convenencieros aliados; el otro, por una izquierda variopinta con escasa consistencia ideológica. Lo que significaba que el PRI se había corrido hacia la derecha dejando ese amplio espectro que ocupaba oscilando del centro hacia ambos extremos, esa ambivalencia que le había permitido, entre otras cosas, mantener el poder durante 72 años. Pero en un mundo neoliberal, un pasado revolucionario que cristaliza en una Constitución como la firmada en Querétaro hace 97 años, puede ser percibida como un lastre que impide el salto a esa eterna juventud, que supuestamente estaría detrás del “nuevo PRI”. Negar el pasado nunca será buena idea, menos cuando se ha estado presumiendo y se ha convertido en la historia oficial de varias generaciones de mexicanos, se puede reescribir, pero tomará años y requiere de mucho talento que no se ve por ningún lado. Aunque el intento se hará. Parte de ese intento tomará 3 años, esa es la intención de pasear las distintas constituciones por todo el país y de formar una comisión que se encargará de la celebración del centenario de la de 1917. No será una fiesta, será un sepelio con un duelo prolongado en el tiempo y en la geografía. Todo será de “cuerpo presente” para que no haya dudas del fallecimiento. Nuestra clase política prefiere ignorar los principios que quedaron plasmados en ese texto constitucional, en lugar de realimentarse de ellos, de buscar la manera de construir un modelo de país diferente al impuesto por la globalización y un neoliberalismo que presume de ser “el fin de la historia”. El cambio en su lenguaje es una muestra más de ello, se dice que hay que cambiar los principios del partido, revisar sus estatutos, deshacerse de traumas históricos. Simplificarlo todo porque hay “demasiada ideología”. Hay situaciones que la Constitución de 1917 no podía prever, sus adecuaciones y reformas tendrían que estar enfocadas en la aplicación de sus principios a esos temas nuevos. No en renunciar a ellos con el manido argumento de una modernización que obliga a renunciar a todo, porque entonces quedamos a merced de esos intereses particulares que se quieren hacer pasar por generales. Cambiar la solidaridad social por el individualismo, el derecho a un empleo seguro con las seguridades sociales que lo acompañan por la precariedad, la tutela de los intereses mayoritarios por la indefensión absoluta, el reparto equitativo de la riqueza producida por todos por su antitética concentración, la propiedad social de los recursos naturales por su privatización, no parecen ser pasos lógicos ni apegados a esa justicia social de la que ahora se reniega. Por lo pronto parece haber terminado ese lapso de tiempo que caracteriza cada inicio de sexenio, esa hipotética “luna de miel” entre la ciudadanía y el nuevo gobierno apenas aguantó 75 días. Una de las dudas que había durante la campaña electoral era si el aparato político que quedara en el poder tendría la capacidad suficiente para contener y después disminuir los efectos del crimen organizado; más de mil setecientos muertos en lo que va de la administración y su protagonismo en la zona urbana de la ciudad de México ─con prevalencia en los municipios del estado de México─, parecen indicar que no. A lo anterior se suma el excesivo protagonismo presidencial, la explosión en el complejo administrativo de PEMEX y la falta de conclusiones, la renuncia a fincar responsabilidades contra administraciones municipales y estatales con pésimos manejos presupuestales, más cuando son de su propio partido, son factores que no abonan en el optimismo. Mientras, vale la pena darle seguimiento al texto de la semana pasada con la siguiente nota de Ulises Zamarroni, tomada del diario El Universal del 6 de febrero de este año: “A la niña de nueve años que dio a luz a una bebé el pasado 27 de enero en el Hospital General de Occidente (HGO), conocido como hospital de Zoquipan en Zapopan, le fue implantado un anticonceptivo antes de abandonar el nosocomio.”