viernes, 15 de febrero de 2013

EDUCACIÓN FRUSTRADA

Despacio que llevo prisa. Quién sabe quién lo diría, pero no erraba en advertir que a las cosas que urgen también hay que darles tiempo para que maduren, que cuando algo se hace al aventón, con el pretexto de la premura, se tardan más porque, frecuentemente, hay que regresarse para corregirlas. Pero no solo se pierde tiempo, hay que agregar la desconfianza que produce algo mal hecho, la pérdida de energía, el desencanto. Así está nuestra manoseada reforma educativa. Y es que en principio se “olvidó” el detalle más importante, que cualquier cambio de ese tamaño necesariamente involucra al verbo convencer. Nadie se ha tomado la molestia de convencer a los maestros de la pertinencia de los cambios propuestos, no solo en los contenidos de las materias, en su organización, en su fallida integración en un nivel ─el de educación básica─ y en el amontonamiento de programas, en la implementación de la obligatoriedad de la educación media superior ─preparatoria o bachillerato─, también en la elección del modelo de “competencias”, que muestra graves carencias teóricas y que se presume, falsamente, como ideológicamente neutro. Y no es que los maestros se resistan nada más por molestar, si no que la falta de convicción lleva a “traducir” lo nuevo para meterlo en los moldes viejos. Es decir, cambia en algo el lenguaje pedagógico, pero las prácticas en el aula siguen siendo las mismas y hasta peor, terminan revolcadas. Lo que sí se incrementa hasta la asfixia es el trabajo administrativo con el pretexto de medirlo todo, controlarlo todo, de asegurar una “calidad” importada del lenguaje empresarial y que poco tiene que ver con un contexto educativo. La uniformidad es otro factor que se quiere hacer pasar como deseable. Al contrario de lo que recomiendan otras reformas educativas aparentemente exitosas, que buscan alimentarse de la diversidad y que la promueven, aquí buscamos que todos los maestros hagan lo mismo, vean los mismos contenidos, en el mismo orden, evalúen de la misma forma y propongan las mismas actividades obteniendo los mismos resultados. Por eso el afán de estandarizar las planeaciones, para facilitar, de rebote, el control de directivos que carecen de conocimiento pedagógico y de contenido de las materias, pero que son buenos para “palomear” listas de cotejo. Esta esquizofrenia educativa se resuelve fácilmente mediante el uso abusivo de libros de texto que, como complejas recetas, pretenden elaborar productos de alta cocina sin más ingredientes, recursos ni conocimientos que las hojas en que están impresos. Un negociazo para los nuevos mercaderes de la educación y una manera subrepticia de privatizarla. Y aquí reside otro problema mayor, no solo educa la escuela, también los medios de comunicación, también las familias integradas o no, también las cúpulas eclesiásticas y empresariales, también los partidos políticos y las instituciones públicas. Pero la reforma solo se refiere a la escuela, exentando de responsabilidad al resto de los personajes. Lo publicó Fabrizio Andraella ─http://www.jornada.unam.mx/2013/02/10/sem-fabrizio.html─ apenas el pasado 10 de febrero: “A lo largo de la historia, los sujetos encargados de educar a las nuevas generaciones han sido los padres, los sabios, los gurús, los eclesiásticos, los filósofos y los preceptores. Ahora, los maestros son reemplazados por los programas televisivos y los sitios web. Esta aseveración aparentemente exagerada e inverosímil se sustenta en el simple hecho de que el único conocimiento que nos moldea y nos acompaña por mucho tiempo es el conocimiento que nos fascina. Por eso el maestro verdadero es quien sabe despertar y alimentar la pasión. El conocimiento se filtra en el alma solamente a través de la seducción, y hoy en día el adolescente encuentra al seductor de su intelecto más en las tardes frente a las pantallas que en las mañanas frente a las pizarras”. Es que las palabras pasión y seducción están prohibidas en nuestras aulas, pareciera que el aprendizaje no tiene nada que ver con los sentimientos y emociones, con la curiosidad y la fascinación. Ya no somos educadores, nos hemos quedado como simples administradores de programas y contenidos que nos son completamente ajenos y peor, nos son indiferentes. Y eso lo están aprovechando unos medios de comunicación que producen telebasura. No es teoría, es la constatación cotidiana de una devastación mental: “No es difícil imaginar cuál es el papel de la televisión en esta envilecida desviación de la curiosidad hacia lo inútil. Puedo afirmarlo con amarga certeza, ya que tengo frente a los ojos las ruinas morales y los escombros antropológicos de veinte años de televisión italiana sometida al dominador de la política de mi país. Los italianos hemos comido felizmente la basura mediática vomitada en nuestros hogares: barata, alegre, sexy, americanizada. Así, los valores inyectados en nuestro cerebro han destruido todos los elementos comunitarios, depositando en los corazones y en las cabezas solamente aspiraciones individuales”. Nuestro duopolio televisivo y sus tentáculos en el resto de los medios de comunicación no se salvan, ni tantito, de esa crítica, por eso buscan desviar la atención hacia temas que son importantes, pero no los únicos, ya hasta se ampararon a nombre de un interés general del que carecen pero pretenden enarbolar. Todo para que nadie se fije en las distorsiones educativas que producen, intencionalmente o no. No es mala idea presionar para que la reforma educativa, una en serio, incluyente y convincente, incluya a los medios de comunicación, finalmente son concesionarios que deben cumplir con un fin social que insisten en ignorar, para privilegiar sus intereses.