viernes, 19 de abril de 2013

MIL IMÁGENES

Otra vez resultó falso, una mentira. Una imagen no vale más que mil palabras, más bien ocurrió lo contrario, mil imágenes apenas equivalen a una palabra: terrorismo. Se vio en directo, en múltiples repeticiones, allí está guardado para la posteridad, pero no responde a las más simples preguntas: ¿quién? ¿por qué? Las investigaciones posteriores apenas alcanzan a responder el cómo. Sabemos que cumplió con su primer objetivo, producir terror, miedo intenso, dislocar el funcionamiento normal de las instituciones, exhibirlas ante un evento imposible de prevenir. También que el ciudadano común y corriente se identifique con las víctimas directas, que se horrorice ante la posibilidad, aunque parezca lejana, de estar en su lugar y sufrir los graves daños; de sus consecuencias familiares, afectivas; de la incertidumbre de una muerte súbita, provocada e irracional. Cualquiera puede tener acceso a la polémica sobre el uso del terror, por extremistas políticos, por gobiernos que alegan la protección a la democracia, por bien intencionados y por tiranos. Los autores del tema agrupados en wikipedia nos recuerdan que: “En la Argentina, el por entonces dictador General Jorge Rafael Videla definía en 1978 los alcances del término terrorismo al declarar al Times de Londres lo siguiente: Un terrorista no es solamente alguien con un arma de fuego o una bomba, sino también alguien que difunde ideas contrarias a la civilización occidental y cristiana”. Para estos tipos hasta la difusión de ideas diferentes a las suyas es terrorismo y por tanto se justifica el uso de la violencia. De los extremismos políticos ni hablar, ya los tenemos bien masticados. La ONU tiene una definición más fácil de entender y menos mañosa, terrorismo es cualquier acto “destinado a causar la muerte o lesiones corporales graves a un civil o a un no combatiente cuando el propósito de dicho acto, por su naturaleza o contexto, sea intimidar a una población u obligar a un gobierno o a una organización internacional a realizar una acción o abstenerse de hacerla”. Como se ve, debe haber un propósito, alguna motivación por irracional que sea. Por ello, los responsables se apresuran a anunciar su autoría, a tratar de explicar sus sin razones, en este caso tales cosas no aparecen a pesar del fácil acceso a los medios de comunicación, a las redes sociales. De allí el desconcierto del gobierno de nuestro vecino del norte. El lugar y la fecha pueden significar algo, parece que abril les gusta a los terroristas domésticos, los atentados más cruentos han sido en este mes. El lugar es Boston, sede de sus más célebres centros educativos, además celebra el maratón más antiguo y por ende con mayor tradición, también es el día del patriota. En su historia refleja ese puritanismo norteamericano que tantos sentimientos encontrados provoca, por ejemplo, hasta 1972 la participación femenina estuvo absolutamente prohibida: “Hablando de Boston no podía ser de otra manera, pues fue en las calles de la tradicionalista y tan católica (irlandesa) capital de Nueva Inglaterra, donde la mujer demostró por primera vez la ridiculez de las teorías fisiológico-masculinas del momento. Estas establecían que el organismo femenino no era capaz de correr en competición más allá de milla y media, un tope de 3.000 metros”. Carlos Arribas en el diario El País del 14 de abril de este año nos sigue recordando: “Roberta Bobbi Gibb, quien en 1966 se puso unas bermudas y una sudadera con capucha de su hermano, se escondió en unos arbustos en la salida y sin que nadie se diera cuenta se mezcló con la masa de participantes (entonces unos centenares, todos hombres), una atleta clandestina que terminó la prueba en poco más de tres horas y entre los vítores de todos los jóvenes atletas maravillados. Meses antes, los organizadores de la carrera, un ente tradicional y tradicionalista, casi de aires aristocráticos, había rechazado su solicitud de inscripción señalándole que las mujeres no eran fisiológicamente capaces de correr esa distancia (se lo decían a ella, que durante dos años hizo entrenamientos de 40 kilómetros diarios) y que la federación de atletismo les prohibía intentarlo”. Claro, las mujeres no se rinden ante argumentos ridículos e intentaron otras formas de romper la prohibición: «Katherine Switzer intentó otra estrategia. En su solicitud de inscripción no especificó ni su sexo ni su nombre, solo sus iniciales K. V. Switzer. Le asignaron el dorsal 261 y orgullosa empezó a correr rodeada de un grupo de amigos. Cuando Jock Semple, el director de la carrera, la vio desde el autobús en el que supervisaba la prueba, se bajó e intentó echarla a empujones ante el delirio de los fotógrafos de prensa y la furia del novio de Switzer, quien con fuerza se lanzó contra Semple y lo tiró al suelo. Su chica terminó. “Aquel día cambió mi vida”, dijo Switzer, activista feminista desde entonces, “y también la del maratón”. Cinco años después, en 1972, Boston admitió su derrota y oficialmente a las mujeres. Y en 1984 el maratón femenino entró a formar parte de los Juegos Olímpicos.» En fin, veamos qué historia nos venden, ojalá sea la real por muy dura que sea. Nos queda pendiente el tema de los generales mexicanos falsamente acusados de colaboración con el narcotráfico, expedientes que muestran las obsesiones y falsedades del gobierno de Felipe Calderón, ese que se sigue paseando por Boston impunemente.