viernes, 7 de junio de 2013

HAGAMOS COMO QUE HACEMOS

Simular tiene sus ventajas, primero, la realidad se ajusta a la imagen que uno quiera imponer de ella. No importa el desfase entre lo que se quiere ver y lo que se ve, total, se pone gafas de color, de aumento, se hacen bizcos, se desenfoca la mirada o cualquier truco que se quiera, hasta cerrar los ojos se vale. Segundo, se impone esa “visión” a los demás, que por flojera depositan su confianza en ese otro que busca engañar. Obvio decir que en este juego de distorsiones unos ganan y otros, muchos, pierden. Nuestro país es de simulaciones. Hacemos como que nos interesa la educación mientras nos afanamos todo lo posible por sabotearla. En abril se aplicaron cientos de miles de pruebas ENLACE (Evaluación Nacional de Logro Académico en Centros Escolares) en las escuelas de nivel medio superior, en las preparatorias y bachilleratos, después, en este mes de Junio se aplicaron los 16 millones 135,723 de pruebas del mismo tipo en la educación básica, cada una de ellas tiene un costo que se paga a un ente raro llamado CENEVAL (Centro Nacional de Evaluación), y decimos raro porque desde su nacimiento ocupó recursos de la SEP para comenzar a operar, es decir, dinero público de los impuestos que todos pagamos, además de que su estructura directiva y administrativa también salió del propio gobierno federal. Es un negocio de millones de pesos anuales, aunque se presume que es una asociación civil “sin fines de lucro”. Podrían ser minucias las anotadas hasta aquí si los resultados sirvieran para lo que se supone deben de servir, como retroalimentación para que los estudiantes conozcan con cierta precisión cuál es su desempeño en las habilidades que se les piden y el nivel de conocimiento que dominan en ciertos temas que se presumen básicos e indispensables, para sus profesores, tener una idea acerca del aprendizaje real de los estudiantes que tiene a su cargo durante determinado número de horas a la semana. Para los directivos y supervisores, porque podrían analizar qué tipo de apoyos o ayudas requieren sus escuelas, alumnos y profesores para lograr un mejor desempeño. Y para que los padres de familia tengan certeza de que lo que hacen para apoyar a sus hijos tiene efectos en sus aprendizajes, desde mandarlos o llevarlos a la escuela, conseguirles los materiales necesarios para practicar sus conocimientos, revisar y ayudar en las tareas, en detectar problemas de cualquier tipo que obstaculice su desarrollo, etc. Todo ocurre menos lo aquí señalado. Por ser una prueba estandarizada, es decir que se aplica a todos por igual, no distingue entre contextos completamente diferentes, por ejemplo: En febrero del 2011, el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred), emitió una resolución donde se estableció que la prueba ENLACE era discriminatoria para niños indígenas por no contemplar “el contexto cultural y lingüístico” de los infantes pertenecientes a ese grupo de población. Peor sucede con las escuelas donde se “integra” a población con alguna discapacidad donde de plano no se les permite participar o lo hacen en condiciones de manifiesta desventaja (http://www.adnpolitico.com/gobierno/2013/06/03/que-es-como-funciona-y-que-evalua-la-prueba-enlace). ENLACE sirve para poner a competir a los profesores entre sí para obtener estímulos económicos, para aspirar a un mayor número de horas frente a grupo y por tanto a un mayor salario, para que directivos y gobernantes presuman que gracias a ellos, que inspiran a niños y jóvenes con su ejemplo, se está en mejores lugares dentro de una ilusoria escala nacional. O para demeritar el trabajo docente si los resultados son “malos”. Lo que provoca, en la base del proceso educativo, es que los docentes se vean como enemigos entre sí, que la educación caiga en una espiral perversa donde el progreso de unos corresponda al desprecio de otros, con un problema más, generalmente los buenos profesores pierden ante los que manejan bien el sistema, los grillos, aunque sus resultados sean los peores medidos como sea. Tenemos evaluacionitis, todo lo medimos o más bien simulamos hacerlo, porque los resultados de ENLACE, de EXCALE, EXANI, de PRISA y las demás, internas o externas, que se aplican a lo largo de un ciclo escolar, no sirven para conocer, alumno por alumno, sus fortalezas y deficiencias. Aún cuando la información “bajara” a los docentes, el tiempo para analizarla es escaso, no se propicia el trabajo colaborativo — ¿Cómo? Si todos estamos compitiendo y si al otro profesor o a sus estudiantes les va mal a mí me va bien— y su implementación resulta casi imposible en grupos numerosos. Para complicar las cosas, en países donde se aplica algo parecido con consecuencias como las que se quieren imponer aquí, el rechazo a una prueba estandarizada como la que mencionamos es cada vez mayor, por parte de directivos de escuela, de profesores frente a grupo, de investigadores y pedagogos, de estudiantes y padres de familia. Años de experiencia y malos resultados no pueden ser ignorados. Pero hay remedio. Podemos hacer que las evaluaciones sean específicas, que cada escuela, atendiendo a sus circunstancias históricas, culturales y materiales diseñe su propia evaluación poniendo en el centro el aprendizaje de los estudiantes. Diseñando programas de estímulo que atiendan a la comunidad escolar como un ente educativo integral, no poniendo a competir a estudiantes y profesores, sino provocando el trabajo colaborativo donde todos salgan ganando. Hay tiempo, talento más que suficiente, ganas de hacerlo, solo falta el espacio y superar modos autoritarios y antipedagógicos. Un ejemplo: en el Colegio de Bachilleres la estructura burocrática no funciona, en lugar de hacer las cosas como deben y en el momento preciso decidieron regresar al pasado, los últimos nombramientos docentes datan del 2005 y en lugar de irlos actualizando como corresponde en cualquier institución, decidieron aplicarlos en el segundo semestre de este 2013, un retraso de 8 años. Así, cualquier reforma se desbarranca.