viernes, 22 de noviembre de 2013

BUENAS Y MALAS

No nos gustan las malas noticias, nos gustan las buenas aunque sean inventadas, aunque sean burdas exageraciones de una realidad a la que le huimos metiendo la cabeza en el hoyo, este sí profundo, de los medios de comunicación y su programación insulsa pero no inocente. Lo saben los políticos y los publicistas, lo saben los monopolios y los intereses inconfesables, porque si se confiesan hasta se repelen ellos mismos. Cuando encontramos una nota periodística que da cuenta de corrupciones nos escandalizamos y la exorcizamos dando vuelta a la página, cambiando de canal, apagando el aparato a través de la cual nos llega. Pero no vamos más allá. Podemos saber lo que costó cada voto a favor de la reforma fiscal, pero preferimos no hacerlo; podemos saber de la presencia de la delincuencia organizada que se disfraza de organización productiva para ser recibida en el Senado; podemos saber de las cuotas que cobran los legisladores para beneficiar con recursos financieros, provenientes de nuestros impuestos, a ciertos municipios del país cuyos presidentes se portan bien porque reparten lo que no es suyo; pero no queremos saberlo. Conocemos del “hallazgo” de nuevas fosas clandestinas, creyéndonos la versión oficial de que las autoridades ignoran dónde se encuentran, o que el partido “revolucionario” ya no celebra la Revolución ni con minúsculas, pero parece no importarnos. La desilusión nubla las esperanzas pero no las desaparece: “La máquina de los fracasos ha ido configurado una imagen detestable de la que todos somos, de una manera u otra, responsables. No es solamente una ingeniería de la zancadilla, es una distribuidora de corrupción. Si algo ha repartido con eficacia el nuevo régimen es precisamente el arco de beneficiarios políticos. Ya no puede decirse que la corrupción —como el poder— sean monopolio de un partido. Ahora todos los partidos han utilizado las posiciones de responsabilidad pública para beneficiarse económicamente. No es extraña la mala imagen de la democracia en México. Nuestro desprecio se funda en la experiencia. No tenemos elementos para creer en la superioridad moral de la democracia como un régimen en que el poder público se ejerce en público, rindiendo cuentas sobre el sentido y el efecto de sus decisiones. La democracia no ha reducido la corrupción pero bien que la ha hecho más visible y más irritante.” (Jesús Silva-Herzog Márquez, diario Reforma, La conspiración, 18 de noviembre 2013). Hay otras cosas que se han vuelto más visibles, pero cerramos los ojos. La mal llamada reforma educativa sigue dando cosas de qué hablar, lo que incluye ya lo sabemos, pero entre lo que ignora y quieren que nosotros también lo hagamos, están temas que necesitamos saber, aunque nos duelan. El éxito o fracaso escolar no depende de los días u horas de clase por ciclo escolar, tampoco de si los maestros andan en marchas y plantones “abandonando” las aulas; hay más responsabilidad desde el diseño de los planes de estudio que debieran considerar un proyecto de país, una visión de futuro apegada a los intereses y posibilidades nacionales; o a la preferencia por un modelo pedagógico que está “de moda” o que es impulsado por organizaciones cuyo objetivo es contar con mano de obra calificada para hacer algunas cosas y no pensar en otras; o considerar que la educación es un tema de seguridad nacional para que las escuelas sirvan como guarderías y evitar así, que los niños y jóvenes anden en las calles con la tentación de convertirse en narcomenudistas, en consumidores o en sicarios. No solo existe un capital económico que se concentra inequitativamente, también el capital cultural padece de tal desviación: “La estrecha asociación entre origen social del alumno y su éxito o fracaso escolar es una manifestación empírica del proceso de reproducción de la desigualdad social [...] Mediante la socialización familiar, el niño hereda cierto capital cultural acorde con su pertenencia de clase.” En palabras llanas, el nivel cultural y escolar de los padres define, significativamente, el desempeño escolar de los hijos. Y esto no es un descubrimiento nuevo, por lo menos desde el 2002 Rubén Cervini (Revista Mexicana de Investigación Educativa septiembre-diciembre 2002) lo resume así: El capital cultural socialmente más valorado (dominante) es más probable que aparezca entre los núcleos de mayor nivel socioeconómico (background familiar); al mismo tiempo, la escuela tiende a valorar precisamente ese capital. Entonces, el niño de origen social alto tiene mayor probabilidad de éxito porque posee cierto capital cultural, heredado de sus padres y valorado por la escuela, que le ayuda a dominar el currículo escolar, a diferencia del procedente de familia con menor estatus social. El capital cultural juega, entonces, un papel de factor intermediario entre el “origen social” del alumno (background familiar) y su aprendizaje. ¿Más claro? Según los resultados del Censo 2010 en nuestro país y en palabras del titular del INEGI: “En 1990 el promedio de escolaridad era de nivel primero de secundaria, 6.5 años; para el 2010 tenemos un promedio de escolaridad de 8.6, promedio cercano ya a tercero de secundaria, y también se han reducido las brechas entre hombres y mujeres. Hay diferencias, sin embargo, como en otros indicadores, cuando analizamos las entidades federativas. Allí vemos que, por ejemplo, el Distrito Federal, Nuevo León y Coahuila tenemos grados promedios de escolaridad ya de educación media superior. Sin embargo, tenemos estados como Chiapas y Oaxaca donde el promedio de escolaridad es de primero de secundaria. Sin embargo las brechas más importantes en esta materia se ven cuando analizamos los municipios. Aquí tenemos a los municipios y delegaciones, por ejemplo el caso de la Delegación Benito Juárez o San Pedro Garza García, Nuevo León, o la Delegación Miguel Hidalgo, que tienen promedios de escolaridad similar a los países desarrollados. En cambio y en contraste, del otro lado tenemos municipios en Guerrero, en Oaxaca o en Veracruz que tienen promedio de escolaridad que no llega a los tres años de primaria, repito, son promedios de escolaridad. Se ven los graves contrastes que todavía tenemos en nuestro país”. Lo que significa que nuestro sistema educativo perpetúa las desigualdades sociales, por eso las inconformidades y protestas. Son malas noticias, pero disfrazarlas con el lenguaje tecnocrático de la “calidad” o las “áreas de oportunidad” de poco o nada sirve.