viernes, 31 de enero de 2014

FELIZ OBSESIÓN

Cada grupo social de acuerdo a su desarrollo cultural, a sus tradiciones y costumbres, a sus creencias ancestrales y adquiridas, a sus valores compartidos, tenía sus propias ideas sobre conceptos abstractos que son importantes, como la honestidad, el amor, la justicia, la felicidad. Pero hay procesos que tienden a desaparecer esa diversidad e imponer una sola forma de ver y sentir el universo del que somos parte. La globalización propiciada por los avances científicos y tecnológicos recientes cumple con lo anterior. Parece una obsesión de nuestra civilización occidental el querer ponerse como meta la felicidad de los ciudadanos, se supone que todo nuestro aparato institucional ─gubernamental, económico, religioso y demás─, debe estar orientado hacia tal fin. Aun así, en octubre del año pasado, el imperio norteamericano se burló del presidente venezolano cuando creó, entre otros muchos, el viceministerio de la “suprema felicidad social del pueblo”. No pocos lo calificaron de una locura más, olvidándose de que existen organizaciones internacionales que pretenden medir tal emoción. Por ejemplo, la agencia IPSOS midió la felicidad de los países de la unión europea y encontró que “La media europea de ciudadanos que dice ser feliz se sitúa en el 73 por ciento, con los suecos a la cabeza, seguidos de los belgas (82 por ciento), británicos (80 por ciento), franceses (79 por ciento), alemanes (77 por ciento) e italianos (69 por ciento)”, con los españoles en el último lugar con apenas el 59 por ciento (http://www.intereconomia.com/noticias-gaceta/sociedad/espanaa-cola-felicidad-union-europea-20140128). Otro más, apenas el 29 de enero de este año la empresa española Adecco presenta los resultados de su cuarta encuesta llamada “la felicidad en el trabajo”, los mismos resultan ajenos al presente texto, basta mencionar que hay empresas y gobiernos que buscan medir tal cosa. Cercano a nuestros afectos porque acaba de otorgársele la máxima condecoración mexicana a una persona de otro país, el presidente uruguayo José Mujica advirtió, en un discurso que no tiene desperdicio y que vale la pena conocer (http://www.frenteamplio.org.uy/node/9505): “Tenemos que integrarnos por nuestro propio desarrollo, pero este no es solo sumar riqueza, aumento del consumo, es la lucha por la felicidad humana. La única cosa trascendente para cada uno de los seres humanos es la vida real y concreta y esta no se puede esclavizar, no se debe perder y es la meta de cada ser y no puede intentarse un desarrollo contra la felicidad humana. Eso no sería desarrollo”. ¿Qué nos hace felices en este mundo que tiende a la estandarización, que presume de una libertad absoluta donde todo se vale porque todo se puede? Desde la sociología hay posibles respuestas que vale la pena considerar: “He recogido material de diferentes investigaciones sobre la idea común que relaciona felicidad y riqueza. Cuando aumenta el PIB, aumenta la felicidad. Y se dice que la gente que gana más parece más feliz. Pero hoy sabemos que la felicidad no se mide tanto por la riqueza que uno acumula como por su distribución. En una sociedad desigual hay más suicidios, más casos de depresión, más criminalidad, más miedo. O sea que la afirmación de que la riqueza de unos nos beneficia a todos es doblemente errónea. Por un lado, no es verdad porque para eso la gente tendría que invertir su riqueza, cosa que no ocurre siempre, y por otro, porque no revierte en más felicidad porque, como hemos dicho, la felicidad depende de la igualdad, de la equidad”. Zygmunt Bauman en entrevista con el reportero Cristóbal Manuel de El Clarín con motivo de la presentación en español de su libro ¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos? Hasta nuestra sociedad queretana, tan conservadora y bien intencionada, está alarmada por la cantidad de ciudadanos que prefieren el suicidio a seguir luchando por una felicidad que está fuera de su alcance, hay que considerar que ese comportamiento extremo es apenas la punta de algo más amplio y profundo, la depresión que refleja la infelicidad provocada por la brutal inequidad. Por eso, formar comisiones interinstitucionales sólo sirve para fingir que se ataca un problema que en realidad no se atiende. Ahorita mismo vivimos una situación extrema, causada por la corrupción y complicidad generalizadas, que presenta como una necesidad la pérdida de libertades en aras de una seguridad ilusoria y una felicidad inflada mediáticamente: “Estamos constantemente presionados por dos valores opuestos y necesarios: libertad y seguridad. Seguridad sin libertad nos convierte en esclavos, y si tienes libertad sin seguridad eres una especie de plancton, flotando por ahí, no un ser humano. Los dos extremos son insoportables, hay que combinarlos […] Vivimos en la cultura del consumismo, no es ya simplemente consumo, porque consumir es totalmente necesario. Consumismo significa que todo en nuestra vida se mide con esos estándares de consumo. En primer lugar el planeta, que es visto como un mero contenedor de potencial explotable. Pero también las relaciones humanas se viven desde el punto de vista de cliente y de objeto de consumo. Mantenemos a nuestro compañero o compañera a nuestro lado mientras nos produce satisfacción, igual que un modelo de teléfono. En una relación entre humanos aplicar este sistema causa muchísimo sufrimiento. Cambiar esta situación exigiría una verdadera revolución cultural. Es normal que queramos ser felices, pero hemos olvidado todas las formas de ser felices. Solo nos queda una, la felicidad de comprar. Cuando uno compra algo que desea se siente feliz, pero es un fenómeno temporal”. Es tiempo de recuperar esas otras formas, que ya olvidamos, de ser felices. Nuestro sistema educativo, no sólo el escolar, debería estar enfocado en esa dirección, ahora se limita a producir frustraciones y desgracias. Pero los cambios propuestos caminan en sentido contrario porque refuerzan un modelo de desarrollo depredador e infeliz. La meta allí está, parece que ser feliz es una tarea social que nos rebasa como individuos. La felicidad, para ser tal, debe ser compartida.