sábado, 8 de marzo de 2014

IMAGINAR EL FUTURO

Algo está por suceder, escribimos hace algunas semanas. Antes de que se declararan en pie de sobrevivencia las autodefensas michoacanas y guerrerenses. Antes de que se diera la captura del Chapo Guzmán, de que se destapara la cloaca de Oceanografía y el derrumbe de toda una estructura fundada en ese “capitalismo de compinches” que es la verdadera cara del neoliberalismo. Antes de muchas cosas que están pasando a pesar del entorno de impunidad y corrupción extrema que nuestro sistema político ha fabricado desde hace décadas. Algo está sucediendo. En los albores de este siglo XXI, escribimos que uno de los principales peligros de las actividades ilegales de la delincuencia organizada era su capacidad de penetración y corrupción. Que desmantelar en serio una estructura criminal llevaría consigo el riesgo de afectar todas las actividades comerciales, industriales, políticas, religiosas y demás donde tuviera presencia importante. El caso de la multimillonaria empresa Oceanografía y de su caprichoso dueño es un ejemplo de lo anterior, porque con dinero, producto no de la competitividad sino del tráfico de influencias, se compró todo lo que se quiso, un buque para uso exclusivo, relojes de marca muy caros para los cuates, diversiones estúpidas sin límite, prestigio social en ciertos círculos hambrientos de este tipo de personajes, hasta un equipo de futbol. Bien dice el analista político Rafael Cardona: “No conozco ningún empresario mexicano exitoso que no le deba su éxito a una relación privilegiada con el gobierno, ninguno.” Antes de que los muy sensibles respinguen, hay que aclarar que se refería a los empresarios grandotes, a los que forman parte eterna de las cúpulas empresariales, a los que aspiran a aparecer en listas como las de la revista Forbes, no al micro empresario que sufre para mantenerse al día, de esos que sí pagan impuestos y producen empleos seguros, que aspiran a la permanencia, que valoran a sus trabajadores. Nos tragamos la idea de que el conocimiento es cada vez más efímero, que los avances científicos, impulsados más por la comercialización que por su utilidad práctica, le ponen caducidad a lo que sabemos, eso no es cierto. No podemos construir nada nuevo sin tomar en cuenta lo ya logrado, no caminamos en el vacío ni en la ingravidez. Hace 14 años ─en 1993─ se publicó un libro titulado La Miseria del Mundo del sociólogo francés Pierre Bourdieu, en el que examina los efectos de la puesta en marcha de este capitalismo salvaje en que seguimos viviendo. La situación actual ha producido la necesidad de volver a leerlo, aquilatarlo, reconocer que se adelantó a su tiempo, o bien que el tiempo no avanza tan rápido como parece ser. Al menos no en lo que tiene que ver con la desigualdad económica, con la miseria de buena parte de la población mundial, con la inequidad social y con la brutal concentración de la riqueza en el pequeño extremo que forman los híper ricos. Estamos redescubriendo a Ulrich Beck y su claridad analítica en Libertad o Capitalismo, publicado en alemán en el año dos mil, con la sensibilidad que le permite advertir sobre fenómenos que algunos no alcanzan a comprender y que pondrían en duda los resultados de sus afanes reformistas. Como ejemplo, los efectos de una reforma laboral como la aprobada en nuestro país para los trabajadores en general: “Mientras que la sociedad del pleno empleo fue un riesgo calculado para los individuos, el trabajo flexible se convierte ahora en un riesgo más o menos incalculable […] Una madre que educa sola a sus hijos, que está siempre en trance de cambiar de trabajo y de ajustar su horario con el fin de estar permanentemente disponible para el mercado laboral, y que también está dispuesta, de semana en semana, de mes en mes, a cambiarlo todo de cabo a rabo, acaba convirtiéndose en una madre cuervo, pues el ritmo del mercado laboral la obliga a descuidar a sus hijos”. También necesitamos releer y redescubrir a autores como Marx y muchos otros que fueron satanizados porque su forma crítica de analizar se saltaba los controles de una ciencia reduccionista, porque hay que saber que estamos ante un cambio radical en la forma de hacer ciencia, de producir conocimiento, que como primer efecto pone en duda todo lo que damos por sabido, entre eso, que la realidad no puede reducirse a la suma de sus componentes, que las leyes “universales” tienen límites al igual que los modelos matemáticos conocidos. Falta considerar las interacciones múltiples y al parecer ilimitadas que se dan en los planos físicos y sociales, que además se afectan mutuamente. Mientras en algunos ámbitos académicos se construyen las nuevas formas de producir conocimiento, nuestro sistema político sigue metido en las simulaciones, aferrado a imponer soluciones que no atenten contra los intereses sectarios y particulares que defiende. Cuando interviene es porque las cosas se le salieron de control y los exhibe o los pone en peligro, como los escándalos que se conocen día con día y que siguen sin castigo ni solución real, apuntalando la impunidad y las prácticas anti éticas. Desafortunadamente habrá que comentar en ocasión futura lo sucedido en el Foro de Consulta Nacional para la Revisión del Modelo Educativo, que con sede en nuestra ciudad se llevó a cabo el 6 de marzo pasado, la esperanza ingenua es que no sea una simulación más.