sábado, 29 de marzo de 2014

ENVIDIA AJENA

Tan aficionados que somos a dejarnos guiar por la agenda que nos imponen los medios de comunicación masiva, que también omitimos los temas que los grandes grupos noticiosos “desaparecen” del mundo informativo. El caso del que hablamos es la nominación que, por vez primera, hace un diario especializado en finanzas como lo es el inglés The Economist, cuyo directorio decidió otorgar, por primera vez en su historia, la nominación de “País del año” a la República Oriental del Uruguay en el 2013 “por su receta para la felicidad humana”. Ver: http://www.economist.com/news/leaders/21591872-resilient-ireland-booming-south-sudan-tumultuous-turkey-our-country-year-earths-got Es al menos paradójico que un diario financiero otorgue distinción alguna a un país que rema a contracorriente del capitalismo salvaje que nos oprime y gobierna; que tiene, además, un presidente que se burla de esta nueva religión que tiene como dios a la excesiva concentración de la riqueza ─con su cauda de corrupción e impunidad que necesita para desarrollarse─, junto a la devastación indiscriminada e irresponsable del planeta. Bueno, por lo menos llamaron la atención de algunos otros medios ansiosos de notas de color como El País, quien envía a Juan José Millás junto con el fotógrafo Jordi Socías a investigar ese país, que es tan peculiar que tiene como presidente a José Mujica. Los discursos, la modesta forma de vivir, que no es pose de el Pepe como le dicen sus paisanos de forma fraterna y no por un truco mediático pagado, como muchos que conocemos, están disponibles en la vasta red electrónica de la internet, aunque sí vale la pena conocer algo de los antecedentes personales de este congruente octogenario. Juan José Millás ─Retrato de Uruguay, el país que sorprende al mundo; publicado el 23 de marzo del 2014 en El País─ ya en la casa del personaje que quiere conocer y describir, recuerda que: “José Mujica Cordano, el dueño de la perra tullida, contaba 80 años de los que 15 había estado preso por su pertenencia al Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros. Tenía en su curriculum de guerrillero dos fugas y en su cuerpo seis heridas de bala. Detenido por última vez en 1972, no volvería a ver la luz hasta 1985. Entró, pues, con 37 años y salió con 50. Durante ese tiempo, conoció en las cárceles de la dictadura vejaciones sin límite. Desnudo, con las manos y los pies atados a una especie de somier o parrilla, le habían aplicado la picana hasta abrasarle los genitales y la lengua. La picana, siendo uno de los instrumentos preferidos de los militares, no era el único, ni el más sofisticado. Alcanzó asimismo justa fama el consistente en obligar a caminar al preso por una cornisa situada en un sexto piso, por ejemplo, con una capucha en la cabeza, haciéndole sentir el vacío bajo sus pies. Estaba la “bañera” también, el ahogamiento con paños empapados de agua, las simples palizas y, en fin, el hambre, el aislamiento, los perros… Cada cárcel tenía su especialidad. Según relata Walter Pernas en Comandante Facundo, el ahora presidente de Uruguay, que había perdido los dientes en el trascurso de las palizas que le atizaban de forma habitual, llegó a comerse el papel higiénico y el jabón, además de las moscas que acudían a su celda (con frecuencia un simple agujero) atraídas por el olor a mierda que despedía el preso. Había chupado, con sus encías desnudas, en busca de un poco de calcio, los huesos que le arrojaban sus carceleros después de que los perros los hubieran limpiado. Bebió su propia orina, durmió durante años sobre suelos de cemento, expuesto a fríos intolerables y a calores asfixiantes. Había pasado semanas o meses sin ver la luz, años sin hablar con nadie que no fueran las ratas o los insectos que convivían con él o le hacían visitas. Perdió la noción del espacio y del tiempo, deliró, adelgazó hasta ser capaz de contar cada uno de los huesos de su esqueleto. Se cagaba y se meaba encima porque, fruto de los golpes, las balas y la deficiente alimentación, sufría problemas renales y digestivos. Cuenta el aludido Walter Pernas que no podía caminar erguido, como un hombre, y que en los momentos de mayor deterioro físico y psíquico los militares llevaban a sus hijos a la cárcel para que vieran a la bestia y la insultaran. Viajó, en fin, varias veces hasta el borde mismo de la muerte de donde regresaba alucinado, con los ojos hundidos y sin masa muscular sobre la que sostenerse. Lo llevaban y lo traían de una prisión a otra, de un agujero a otro, como un saco de mercancía inmunda, arrojándolo sin contemplaciones sobre la caja del camión militar y sacándolo de ella a patadas. Conocedores de su diarrea crónica y de sus problemas urinarios, los carceleros desoían sus súplicas para que lo condujeran al retrete. Fruto de su constancia, y de la de su madre, logró, al cabo de los años, que le dejaran poseer un orinal del que no se separaba y que se convirtió increíblemente, con el paso del tiempo, en el símbolo de una victoria moral sobre sus secuestradores. Abandonó la cárcel abrazado a él, convertido ya en una maceta de flores. Apenas llevaba cuatro días libre, cuando pronunció un discurso político en el que resultaba imposible encontrar un vestigio de resentimiento. La naturaleza, suele decir, nos ha puesto los ojos delante para que miremos al frente.” Con esos antecedentes, con esa forma de ver el mundo que los dictadores y sus serviles carceleros no pudieron quebrar, se tiene autoridad moral para plantarse frente a quien sea y exigir respeto para su país, para la forma autónoma de tomar decisiones por muy polémicas que parezcan, para proponer y llevar a la práctica políticas sociales que verdaderamente rompan las desigualdades, para regresarle algo de humanidad a un mundo globalizado que justifica pasarle por encima e intentar destruir a cualquiera que se oponga o quiera intentar algo diferente. Si queremos conocer esa receta para la felicidad humana que dice The Economist tienen los uruguayos, nos queda de tarea informarnos más sobre ese paisito, sobre su gente, sobre ese presidente que hasta provoca envidia ajena.