viernes, 11 de julio de 2014

INFANCIA NEOLIBERAL

“Los más desposeídos, los más carenciados, son quizás quienes han perdido la lucha simbólica por ser reconocidos, por ser aceptados como parte de una entidad social reconocible, en una palabra, como parte de la humanidad”. Pierre Bourdieu, Meditaciones Pascalianas. Era lógico y se veía venir, es parte del funcionamiento “normal” de un mundo globalizado a la manera neoliberal. No hacía falta ser un gran analista o teórico, las evidencias estaban hasta en la literatura y la cinematografía. Basta recordar Voces Inocentes de Luis Mandoki, que retrata las consecuencias, que sobre nuestros infantes tienen las guerras civiles propiciadas por nuestros vecinos del norte para conseguir gobiernos dóciles y seguir explotando las materias primas de nuestro subcontinente. La reciente Jaula de oro de Diego Quemada-Díez. También la secuela que intenta penetrar en ese inframundo existencial de las pandillas juveniles, que no encuentran más salida que la autodestrucción y la violencia cotidiana, los “mareros”. No se vale fingir sorpresa, las señales estaban allí y tienen décadas, pero preferimos no verlas hasta que adquirieron los tintes públicos de una crisis humanitaria. La migración ya es percibida como la única salida a la miseria, a la inseguridad, a la falta de un presente y un futuro dignos de ser vividos. Pero tuvo que venir el regaño, poco simulado de las desbordadas autoridades estadunidenses, presionando a los gobiernos disque soberanos ubicados al sur de su frontera, para que cerraran sus puertas o, al menos, impidieran que miles de niños que viajan solos lleguen hasta su territorio. Su respuesta “humanitaria” ante tal arribo los caracteriza mejor que cualquier cosa: el internamiento, en condiciones de hacinamiento para quienes osan llegar sin su permiso a la “tierra de las oportunidades”. Ahora sí, como apuntan los estudiosos, Zygmunt Bauman por ejemplo (Vida de consumo), en este sistema individualista: “Las sociedades nunca se avergüenzan ni pueden hacerlo: la vergüenza sólo es imaginable como un estado individual”. Y entonces cualquier responsabilidad social desaparece, todo es culpa de los individuos, de esos niños aventureros y desagradecidos que no miden el peligro, que abandonan sus familias y países nada más por ocurrencia. Más claro, por si hace falta y cortesía del mismo Bauman: “La tan repetida aseveración de que “éste es un país libre” significa lo siguiente: el tipo de vida que uno desea vivir, cómo decide vivirla y qué elecciones hace para lograrlo dependen de uno, y es uno el único culpable si todo eso no conduce a la tan añorada felicidad. Sugiere que la alegría de la emancipación está íntimamente entrelazada con el horror de la derrota”. Pero el autor se refería críticamente a los adultos atrapados en esa ilusión voluntarista, fabricada artificialmente para deshacer cualquier intento de responsabilidad social, colectiva. No a niños que no tienen por qué estar tomando ese tipo de decisiones extremas, que tendrían que estar protegidos por un sistema social que les garantice cuidado, salud, educación, posibilidades ciertas de desarrollo. La migración infantil es una muestra más, de que el sistema económico y social neoliberal, de capitalismo salvaje ─como si existiera otro─, es inviable sin su cauda de desigualdades y sacrificios humanos masivos, todo en aras de una ilusoria libertad individual que sólo ejercen los que tienen los medios para hacerlo. Y entonces sólo viven, a su tierna edad “el horror de la derrota”. Incluso se les niega la pertenencia a una clase social, se les define como una “infraclase”, así la describen autores como Herbert J. Gans: “Esta definición conductista abarca a los pobres que abandonan la escuela, no trabajan, y en el caso de las mujeres jóvenes, a las que tienen bebés sin el beneficio del matrimonio y dependen del bienestar social. La infraclase definida por su comportamiento incluye también a los sin techo, los mendigos y pordioseros, los pobres adictos al alcohol y a las drogas y a los delincuentes callejeros. Como el término es flexible, los pobres que viven en “viviendas sociales”, los inmigrantes ilegales y las pandillas de adolescentes suelen incluirse en esa categoría”. Y ahora hay que incluir a los niños. Esa migración infantil es forzada, no deseada. Es el último recurso de los niños desesperados a la vez que presionados para asumir un rol social que no les toca, por absorber responsabilidades que los adultos no somos capaces de resolver. Todo eso nos lo recuerdan y preferimos voltear la mirada hacia otro lado, volvernos ciegos, indiferentes. Sabemos que nadie buscará integrarlos a sociedades que cargan con sus propias carencias o que viven la ilusión de las oportunidades individuales, casi mágicas: “Los refugiados traen consigo los lejanos ruidos de la guerra y el hedor de los hogares miserables y las ciudades derruidas que no pueden sino recordarles a los establecidos cuán fácilmente el cascarón de la rutina segura y familiar (segura por lo familiar) podría ser horadado o aplastado”. Zygmunt Bauman. La sociedad sitiada.