viernes, 1 de agosto de 2014

CONSTRUIR CONFIANZA

“La nota del carácter mexicano que más resalta a primera vista es la desconfianza. Tal actitud es previa a todo con los hombres y las cosas. Se presenta haya o no fundamento para tenerla. No es una desconfianza de principio, porque el mexicano generalmente carece de principios. Se trata de una desconfianza irracional que emana de lo más íntimo del ser. Es casi un sentido primordial de la vida. Aun cuando los hechos no lo justifiquen, no hay nada en el universo que el mexicano no vea y juzgue a través de su desconfianza. Es como una forma a priori de su sensibilidad. El mexicano no desconfía de tal o cual hombre o de tal o cual mujer; desconfía de todos los hombres y de todas las mujeres. Su desconfianza no se circunscribe al género humano; se extiende a cuanto existe y sucede. Si es comerciante, no cree en los negocios; si es profesional, no cree en su profesión; si es político no cree en la política. […] Pero entonces, ¿por qué vive el mexicano? […] La vida mexicana da la impresión, en conjunto, de una actividad irreflexiva, sin plan alguno. Cada hombre, en México, sólo se interesa por los fines inmediatos. Trabaja para hoy y mañana, pero nunca para después. El porvenir es una preocupación que se ha abolido de su conciencia. Nadie es capaz de aventurarse en empresas que sólo ofrecen resultados lejanos. Por lo tanto, ha suprimido de la vida una de sus dimensiones más importantes: el futuro. Tal ha sido el resultado de la desconfianza mexicana.” Samuel Ramos citado por Noemí Luján Ponce. La construcción de la confianza política. IFE 1999. Ensayos 6. Pega en el ánimo la cita anterior, es cierto, los mexicanos somos desconfiados, lo muestran las encuestas que aquí hemos comentado, pero la desconfianza no es pareja, en algunas personas e instituciones confiamos más, en otras menos, mucho menos. Nuestra clase política está en el fondo de nuestra credibilidad, no confiamos en ella y se lo tienen bien ganado. “La confianza, entendida como relación social, tiene dos polos: el del sujeto que confía y el del depositario de la confianza. El sujeto ejecuta la acción de confiar a partir de un universo de conocimientos o creencias que le permiten tener un conjunto de expectativas ciertas sobre su relación con el objeto de su confianza. Confiar significa apostar, mantener expectativas, tener esperanza en que los referentes utilizados son ciertos, esto es, que corresponden realmente a las características del depositario.” Es cierto, la confianza requiere de futuro, de creer que algo se mantendrá sin necesidad de tener que estar permanentemente vigilantes, nos ahorra esfuerzos y recursos, nos podemos dedicar a preocuparnos y ocuparnos de otras cosas menos ciertas. Por eso hay democracias más caras que otras, por eso sobre legislamos aunque sepamos que la corrupción impedirá nuestros afanes. En un texto anterior tratamos de indagar el silencio ciudadano que rodea esas ceremonias llamadas informes de gobierno, un silencio que no significa vacío porque está lleno de significados que se quieren ignorar. Tampoco es indiferencia, menos pasividad, en algún momento adquieren formas de expresión dentro de un marco de convivencia que se construye a las orillas, y a veces fuera, de las instituciones. No se puede confiar a ciegas, tampoco teniendo a mano toda la información y la vigilancia a todo lo que da. Más bien estaríamos hablando de un estado intermedio. Pero nuestra esquizofrenia política impide la mesura y fortalece la radicalización. Según Noemí Luján existen dos cosas que impiden la generación de confianza, la primera es el abismo que separa la ley de la realidad: “Los individuos que habitan estas sociedades se ven escindidos entre dos mundos: el de las leyes, donde se consagra la existencia de ciudadanos, de derechos políticos y sociales y de normas de convivencia democrática, y el de las prácticas, que se guía por criterios particularistas y autoritarios. En este tipo de situaciones los derechos y las garantías se compran o son inexistentes.” Lo peor es cuando tenemos gobiernos que responden a intereses personales o familiares, el caso queretano no es la excepción. El segundo aspecto tampoco lo podemos negar: “Si bien la corrupción no es un fenómeno exclusivo de México, su profundidad en el tiempo y su capacidad para extenderse al conjunto de la vida social lo convierten en una característica fundamental para entender el funcionamiento de la sociedad y del sistema político”. La corrupción requiere de complicidad, un político corrupto necesita de otros que le guarden los pasos, que hagan de la vista gorda, que desvíen la atención, que si son descubiertos minimicen los efectos y castigos. Por eso se vuelven sectarios y autoritarios, porque no pueden permitir que las cosas se desborden y salgan de su control. La desconfianza debilita la vida colectiva, no podemos vivir a gusto si no tenemos asideros relativamente ciertos de que el futuro tiene sentido, Noemí Luján se apoya en Andreas Schedler para reforzar la idea: “Las instituciones débiles destruyen el futuro. La vida en un vacío institucional se ve privada de todo lo confiable, de las certezas que normalmente permiten a la gente ver más allá del futuro inmediato, ahorrar e invertir, planear, prevenir y posponer, desarrollar rutinas, desplazar al futuro costos presentes o, simplemente, confiar y relajarse.” Vale hacerse la pregunta ¿cómo se construye la confianza? Existen instrumentos sociales para ello, pero buena parte del trabajo depende de poder obligar al “defraudador” de la confianza a cambiar, porque un estadista que muestre visión de futuro para saber que es mejor responder a intereses colectivos no tenemos. Bueno, esos instrumentos para construir confianza tienen características en común: “La transparencia, construida a partir de procedimientos o de información, pretende superar la opacidad del entorno y, en especial, de las intenciones del “otro”. La imparcialidad pretende resolver las disputas y los empates entre interpretaciones interesadas de los actores, y los controles, permiten cubrir, a partir de procedimientos objetivos, áreas o actividades riesgosas”. ¿Qué puede pasar si la confianza no se construye? Un primer efecto, y ya lo hemos visto: la sorpresa electoral. Esas volteretas que da un electorado volátil que se burla de las estadísticas pagadas o serias, de las ocho columnas impuestas o negociadas, y que hace creer que su voto se inclinará hacia el que defraudó su confianza, que intentó mantenerlo engañado, que quiso comprar su voluntad con despensas, tinacos, láminas, cubetas de pintura o impermeabilizante. O de plano, saltándose esa legalidad interesada y sujeta al mejor postor, lo que termina siendo peligroso para todos.