sábado, 17 de enero de 2015

LA MODERNIDAD QUERETANA Y LOS LIBROS

El pretexto es lo de menos cuando dos recuerdos se entrelazan y surgen de la memoria sin causa aparente. Cuando se habla de la “modernización” de Querétaro muchos se refieren al incremento en el tráfico vehicular, a la proliferación de centros comerciales, a la saturación del centro histórico, a la aparición de nuevas colonias y fraccionamientos, a la desaparición de comercios tan tradicionales que cerraban los fines de semana, a la supuesta pérdida de la tranquilidad y seguridad tan provincianas que se medían por el añorado “no pasa nada”. Tal pareciera que el progreso es convertirse en sucursal del mismo infierno tan temido, nuestras descontroladas megalópolis. Para un vicioso de la lectura, Querétaro era un páramo donde sólo existían las heroicas librerías de libros usados y alguna de una cadena comercial más dedicada a la venta de libros de texto y algún best-seller. Por eso, cuando aparecen otro tipo de librerías, como la llamada Librería Cultural del Centro del Instituto Queretano para la Cultura y las Artes, y después la Ricardo Pozas Arciniega del Fondo de Cultura Económica, entendimos que la modernidad iba en serio y tenía otra cara. No era todavía el Querétaro de las grandes cadenas, esas que había que visitar los fines de semana o vacaciones en la ciudad de México para regresarse cargado de libros de todo tipo, de preferencia novelas. Ahora hasta las podemos comprar por internet y llegan a domicilio. Recordar, dice Eduardo Galeano, es volver a pasar por el corazón. Y por el corazón pasa ese modelo de “modernidad” cuestionado por el recientemente fallecido sociólogo Ulrich Beck, cuyo libro Libertad o capitalismo (conversaciones con Johannes Willms), fue una recomendación de Paco García, quien regenteó la sucursal del Fondo de Cultura Económica hasta su lamentable y muy reciente cierre apenas a finales del 2014; como premonición personal, puesto que el sociólogo alemán moriría el primero de enero de este 2015. “La situación intelectual es desoladora. Los muros fronterizos que se levantaron para durar eternamente se están desmoronando. No es la Internacional de los Trabajadores la que está produciendo este desorden, sino la Internacional del Capital. Todo lo que es sólido se está licuando y evaporando, dijo en sus tiempos un Marx jubiloso. Y ¿qué hacen actualmente los intelectuales? Los intelectuales han dejado de pensar. Los teóricos de la posmodernidad, del neoliberalismo y de la teoría de los sistemas ―que, por cierto, se contradicen en todo― anuncian a golpe de trompeta, sentados en el butacón de su despacho, el fin de la política. Y todos siguen este dictado. Todos, pero no la realidad. Es algo verdaderamente paradójico: darían ganas de echarse a reír si no fuera tan grave. Este enamoramiento de los propios límites mentales, que por si fuera poco pretende imponerse teóricamente y erigirse en guardián de la verdadera ciencia, es algo que me saca de quicio y me deja sin voz al mismo tiempo […] Entre tanto yo sigo en pos de mi objetivo, maravillosamente inalcanzable: pensar de nuevo la sociedad.” El dramatismo de Beck tenía razón, muchos se creyeron “el fin de la historia” decretada por el consenso de Washington y Francis Fukuyama. La ciencia social, incluyendo a la sociología, parecía caer en un marasmo autocomplaciente, pero la advertencia llegó a tiempo y la curiosidad por entender e interpretar una nueva realidad reactivó la producción de teorías cuestionando esa “modernidad” que se presenta como único camino, como la personificación del progreso, mientras las cifras referentes a la pobreza, la inseguridad y violencia crecen incontrolablemente. Paradójico por lo menos, que la librería que nos permitiera acceder a explicaciones sobre esta etapa de nuestra historia, que tuviera un acervo considerable de buena literatura, de libros de arte que en otras partes no se conseguían, sea una víctima más del acelerado afán modernizador que no sabe a dónde va. Nuestros gobernantes y los ciudadanos comunes y corrientes, no alcanzamos a captar que necesitamos marcos teóricos que nos permitan entender lo que estamos provocando sin saberlo. Que los efectos de un tren de alta velocidad sobrepasan, con mucho, los problemas de tráfico de la zona donde se instale su terminal. Que creer que es suficiente con seguir construyendo más viviendas, más parques industriales para trasnacionales que quieren todo gratis ―terrenos, accesos, drenaje, agua potable, energía, mano de obra barata, privilegios fiscales, sindicatos charros y demás―, más shopping centers y seguir privatizando todo lo que se pueda, para acceder al anhelado paraíso neoliberal, terminará por convertirse en lo contrario. Lástima por la muerte repentina de un sociólogo inquieto y rebelde, lástima por el cierre de la librería Ricardo Pozas Arciniega.