sábado, 19 de septiembre de 2015

CRÍTICA NECESIDAD

“En política no hay obras perfectas a las que podamos entregarnos devotamente. Ha producido napoleones pero no ha dado vida a un solo Bach. La crítica no nace de una certeza sino de una sospecha. El crítico empieza a escribir porque intuye, no porque sabe. El crítico no es un relator de incidentes, es un antipático juzgador del mérito. No le interesa lo que pasa, sino el significado de lo que pasa. Como cualquier crítico, el crítico de la política trata de aclarar el caos del significado que es el mundo. Discernir entre lo importante y lo trivial, lo nocivo y lo benéfico, lo útil y lo dispendioso, lo real y lo fingido [...] La crítica del poder surge como sospecha del desastre.” La cita anterior forma parte de una serie de ensayos que publicara Jesús Silva-Herzog Márquez hace nueve años a través del Fondo de Cultura Económica, el título no dejaba de ser provocador: La idiotez de lo perfecto. En uno de ellos, intenta desentrañar el pesimismo desde el que Norberto Bobbio, uno de los principales teóricos de la democracia actual, sustenta sus principales ideas. Pero primero hagamos un desvío. Parece que seguimos pasmados porque a pesar de las continuas malas noticias no pasa nada, al menos nada que merezca el intento de corregir lo que se percibe como corrupto, como injusto, como incorrecto, como fuera de lo normal en el mal sentido. El sexenio federal llega a la mitad de su tiempo en medio del desastre pero el que trabaja como presidente y su burbuja cercana insisten en no enterarse. Organismos internacionales de todo tipo muestran su extrañeza y hasta algo de asquito —como dijera un olvidable gobernante tapatío—, por el robadero y el abuso de nuestra clase política —incluyendo empresarios y líderes religiosos—, y ellos, como si nada. Nuestro sexenio estatal muere de inanición y también carece de esos críticos referidos en la cita textual con que comenzamos este texto. El reto allí está, no el repaso puntilloso de lo que pasó, sino el darle significado. Vamos con lo local porque es el que termina más pronto. Todavía se advierte una especie de extrañeza por haber perdido en las urnas lo que a golpe de billetes se tenía ganado en los medios de comunicación, y es que no se gobernó para el ciudadano común y corriente, para el que vota, para el que sufre cotidianamente lo que en las aristocracias de las notas de sociales se festeja. Allí estuvo el rompimiento. A los pocos críticos se les ignoró, se les arrinconó donde no tuvieran audiencia, donde costara trabajo leerlos o escucharlos, para los apologistas hubo espacios de sobra, repitieron continuamente el mismo discurso de admirada subordinación, hasta que se volvieron increíbles porque nadie les creía. Se gobernó para las ocho columnas, para la ocurrencia del momento. Un día se anunciaba con bombo y platillo la implementación de un programa de valores —supuestamente empujado desde el DIF— para las escuelas de educación básica, olvidándose que dicho programa ya existía, que había impresos y distribuidos hasta libros diseñados por especialistas e investigadores desde la secretaría de educación estatal; pasado el espectacular anuncio del programa no se supo nada más. O la infaltable ceremonia anual de inauguración del ciclo escolar, que para darle la singularidad perdida se decretó como el año escolar “de la actitud”, y que solo sirviera, otra vez, para engalanar las ocho columnas y perderse después en el fárrago cotidiano. Era muy claro, desde el mismo día de la elección local del 2009, que el entonces gobernador electo había perdido a sus principales colaboradores críticos, a los que pudieran haberle servido para reventar la burbuja construida desde lo que sería su oficina de comunicación social. El triunfo electoral se vendió como voluntario e individualista, todo se debía al carisma, arrojo, inteligencia y ganas del candidato, detrás de él no había equipo alguno, solo su familia. Y tal cosa no fue porque a sus posibles críticos los hayan desplazado, sino porque ellos mismos se transmutaron y se escondieron en la sombra de su futuro jefe, y allí permanecieron quietecitos, sin chistar ni provocar disgusto alguno, pero cobrando sin faltar, y ante la derrota reciente asegurando su futuro financiero a costa del erario público que no supieron defender. Por su posición privilegiada y su limitada extensión geográfica, Querétaro se presta para el lucimiento gubernamental, no es lo mismo implementar cualquier programa social en 18 municipios que en cientos de ellos como tiene que ser en otras entidades, tampoco tendría gran complicación ordenar el crecimiento urbano, la vialidad y el transporte, la seguridad y prevención, el crecimiento industrial, y hasta en eso mostraron que los poderes fácticos pudieron más y rompieron el paisaje idílico que dibujaban desde los medios y las encuestas de organismos variopintos de los que nunca habíamos tenido noticia. ¿Alguien se acuerda del programa de los gallitos? Esos calzados de hule o plástico que se producirían y repartirían por todo el estado en colaboración con la iniciativa privada; solo se vieron en algunas comunidades, en actos oficiales y después, como todo lo demás, desaparecieron. Del fracaso de RedQ mejor ni hablar, pero nos salen rechulos los maratones y las corridas de toros en Juriquilla, porque ya hasta le hicieron el fuchi a la Plaza Santa María, revelando hacia dónde se trasladan parte de esos poderes fácticos. Ni siquiera la aristocracia queretana vive o consume en el centro histórico, para ellos los fraccionamientos amurallados de lujo y los centros comerciales que sustituyen a las plazas públicas. No se vio trabajo en equipo, porque el protagonismo requiere de un solo actor; no había aciertos colectivos porque la sombra mayor oculta a las más pequeña; el gobierno cercano a la gente se volvió fastidioso, como ese pariente presuntuoso que llega de visita, se acaba las botanas, se apropia del control remoto de la televisión y después no se quiere ir. Lo peor, estaban tan seguros de su propia imagen —y cómo no estarlo si eran puras selfies—, que no cuidaron sus propuestas electorales y se cayó en el mismo trauma federal, poner como candidatos a los parientes, recomendados, a los insufribles pero persistentes aduladores. Eso tiene nombre y lo trae a la memoria Silva-Herzog: “La combinación de la tiranía, la demagogia y la oligarquía es lo que Bovero llama kakistocracia: el pésimo gobierno, la república de los peores”. O para decirlo más simple y contundente: “La kakistocracia italiana es advertencia mundial: un gobierno que enlaza el poder despótico de un líder carismático, el privilegio de los potentados y la manipulación mediática del pueblo”. En esas estamos en este México patriotero y septembrino.