domingo, 6 de noviembre de 2016

FORZADO CAMBIO GENERACIONAL

Joaquín Córdova Rivas Envejecer no es malo, siempre y cuando se haga con dignidad. Nuestras sociedades tecnológicamente avanzadas creen poder arreglarlo todo, su soberbia nos lleva a querer disfrazar el paso del tiempo, negarnos a notar las arrugas, los músculos flácidos, las canas o la calvicie, la pérdida de rapidez y el equilibrio, también la memoria pierde datos que creíamos imborrables y que repentinamente se esconden en el laberinto neuronal. Por eso nos aseguramos que las generaciones siguientes tengan acceso a los conocimientos alcanzados por las anteriores, que no se pierda ese legado de costumbres, tradiciones, de la ética que trasciende al paso del tiempo. Pero esa continuidad aparente parece romperse cuando las generaciones nuevas creen que saber lo más reciente es saberlo todo. Y entonces desprecian la experiencia, la consideran un fardo innecesario, creen que se pueden saltar la historia porque es algo que ya pasó. Por lo mismo son esclavos de un presente que no entienden y de un futuro que no existe, porque cuando llega deja de serlo. Quieren exprimir cada instante y por lo tanto se vale probarlo todo, no se dan cuenta que el apresurarse en vivir los vuelve viejos prematuros y amargados, aunque por fuera parezcan jóvenes. Tampoco se trata de exaltar la gerontocracia, pero, como curiosa paradoja, la excelencia en las artes y la ciencia llega a edades cada vez mayores, allí están los ganadores de los premios Nobel de cada año, muchos son septuagenarios, octogenarios y hasta nonagenarios; sean de Química, Física o Literatura. Hasta en las listas musicales de popularidad siguen apareciendo los longevos ruckeros de los Rolling Stones, los de Pink Floyd, los viejitos de Who y muchos otros más. Algunos de los estudiosos de las ciencias sociales, de los que hemos echado mano para explicar esta actualidad que se nos escapa, también tienen su cúmulo de años, por ejemplo Zygmunt Bauman tiene más de 90 años y sigue explicando esta líquida realidad. Pero lo anterior pudiera revelar que estamos en una sociedad de extremos, una generación “joven” que quiere comerse la vida sin saber masticarla, y una generación muy vieja que se da su tiempo para digerir todo lo vivido. En medio parece haber una generación de transición, con el ansia de vivir de una y la desesperación por acumular conocimiento de la otra, quizás sin lograr plenamente ninguna de las dos. Pero dejémonos de elucubraciones, nuestra casta política parece estar viviendo un cambio generacional poco terso, los políticos tradicionales están siendo bruscamente desplazados por los fuereños que no logran identificarse con los usos y costumbres locales, es más, las perciben como obstáculos para el precipitado relevo generacional que pretenden, porque saben que de eso depende su permanencia en el poder local. Lo que aparece como simples anécdotas puede estar encubriendo ese disparejo cambio. No parece casual que la pretendida aristocracia queretana haya abandonado los territorios que le daban identidad, sin darse cuenta perdieron cohesión cuando dejaron el centro histórico para irse a las colonias “modernas”, tampoco reaccionaron cuando sus indispensables aficiones taurinas se mudaron de una avejentada Plaza Santa María a otra sin prosapia ni la tradición que a esta le sobraba. Ahora, que vuelven a perder el poder, porque ya habían recibido una severa advertencia cuando los fuereños les arrebataron la gubernatura y la presidencia municipal de Querétaro, se muestran desconcertados porque sus “costumbres y tradiciones”, como las tempranas y cuantiosas jubilaciones, no fueron respetadas, e incluso estuvieron a punto de ser tratados como simples delincuentes. A la aristocracia queretana ya le queda grande el estado, sus relevos no aspiran a ser mejores, simplemente a desplazarlos con todas las canonjías que eso implica, lo peor es que a los juniors de las familias tradicionales no parece interesarles esa obsesión por unos antepasados venidos de una madre patria venida a menos, tampoco asistir a alguna de sus universidades teniendo más cerca a las anglosajonas de nuestros vecinos del norte, eso de peregrinar cada año o tantos meses a un pueblito español no es atractivo en un mundo donde el avance tecnológico está en otras latitudes. El traslado de los intereses de una generación con respecto a la otra se ve hasta en los suplementos de sociales de los grandes diarios. Los apellidos poco conocidos pero cada vez más poderosos desplazan a los que creíamos serían “los mismos de siempre”. Falta saber si ese cambio generacional tiene éxito, obvio decir que está topando con resistencias que, al sentir tocados sus intereses, puedan aglutinarlos y regresar por la venganza en los próximos procesos electorales, si es que eligen la vía institucional y más o menos pacífica. Como sea, al queretano común y corriente no tiene porqué interesarle esa disputa interna, sólo quiere respeto a los derechos humanos, paz y tranquilidad social, empleo seguro, salud y vida digna con todo lo que implica, y un estado de derecho que sea parejo y no esté tandeado a los mismos poquitos de siempre, aunque estén peleados.

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