domingo, 6 de noviembre de 2016

LOS MONSTRUOS DEL MAL

LOS MONSTRUOS DEL MAL Joaquín Córdova Rivas “Qué seguro y cómodo, acogedor y amistoso parecería el mundo si los monstruos y solo los monstruos perpetraran actos monstruosos. Contra los monstruos estamos bastante bien protegidos, y podemos descansar seguros de que estamos protegidos contra los actos perversos que los monstruos son capaces de realizar y que amenazan con perpetrar. Tenemos psicólogos para vigilar a los psicópatas y sociópatas, tenemos sociólogos que nos indican dónde es más probable que se propaguen y congreguen, tenemos jueces para condenarlos al confinamiento y al aislamiento, y policía y psiquiatras para asegurarnos de que permanecen allí.” Zygmunt Bauman y Leonidas Donskis. Ceguera Moral. La pérdida de la sensibilidad en la modernidad líquida. Nuestra casta política está conformada por personas comunes y corrientes, en muchas ocasiones más corrientes que comunes. Por eso, creer que los casos de los exgobernadores sinvergüenzas exhibidos en los medios de comunicación son una excepción, es pasarse de inocentes. Tanto Javier Duarte como Guillermo Padrés, señalados como ejemplos de lo que no se debe permitir, son más bien ejemplos de lo que existe en muchos casos: Personas metidas a la política que en lugar de servir a los demás se sirven de los demás para enriquecerse descomunalmente. Quizás la impunidad y el poder casi absoluto los corrompieron más allá de lo aceptable por un sistema político fundado en la impunidad y el reparto de favores. Puede ser también que sean los chivos expiatorios que estaban más a la mano para fingir una voluntad inexistente de luchar contra la corrupción. Porque hasta tontos son ¿quién les va a creer que los miles de millones de pesos que no aparecen fueron solamente para comprar casas en Texas, ranchos en todos lados, yates o cualquier estupidez semejante? Las cantidades que se acusa fueron desviadas de los presupuestos públicos para comprar cuanta tontería se les ocurrió, rebasan con mucho, cualquier posibilidad de siquiera disfrutarlas. No, el silencio cómplice de familiares cercanos, prestanombres, colegas políticos, de instituciones supuestamente vigilantes como las secretarías de hacienda, de la función pública, las chorrocientas comisiones de contraloría o auditoría, los congresos estatales y hasta la presidencia de la república, todas conspiraron porque les convenía, porque alguna ganancia sacaban de las tropelías de esos y otros que ya pasaron o siguen en funciones. Es cierto lo que dicen Bauman y Donskis, hay una acentuada y casi suicida “ceguera moral”, podríamos decir que estamos normalizando lo que antes cabía en una categoría que conocíamos como “el mal”. ¿Cómo definen estos estudiosos esa “ceguera moral”? Sin retoques «es el comportamiento cruel, inhumano y despiadado o bien (como) una postura ecuánime indiferente adoptada y manifestada hacia las tribulaciones de otras personas». O como lo precisa otro autor: “El mal reside en la normalidad e incluso en la banalidad y trivialidad de la vida cotidiana de las personas corrientes más que en los casos anormales y patológicos”. Urteaga, Eguzki; (2015). Ceguera moral. La pérdida de sensibilidad en la modernidad líquida. Reflexión Política, Diciembre-Sin mes, 160-165. ¿Quién en realidad se escandaliza por casos como los anteriormente mencionados, qué tanto nos impulsará, como sociedad, a condenarlos y evitar que se sigan presentando? ¿Qué no es “normal” que nuestros políticos roben, mientan, maten o sean cómplices de grupos criminales? Bajemos al nivel de taquería. ¿Cuántos justificaron los golpes a una mujer que tenían acorralada varios machos? Que si “seguramente” estaba ebria, que “posiblemente” se les puso al tiro y por eso la golpearon. Que “a lo mejor” no quería pagar la cuenta. ¿Qué no había otra forma de resolver un problema, cualquiera que haya sido?, llamar a la policía parece buena opción, exhibirla en las redes sociales, ya que estamos perdiendo cualquier posibilidad de discreción, recurrir a sus acompañantes para pedir el pago, bueno, habría muchas otras opciones, pero ¿golpearla de forma tan cobarde y todavía justificarlo? Otro caso reciente, el “vengador” que después de un asalto a un transporte público mata a 4 rateros, ¿no tenía otra opción? Era el único con un arma de fuego real, pudo haberlos detenido con la ayuda de los otros pasajeros, entregarlo a las autoridades, grabar la entrega y darle seguimiento al caso para que no los liberaran hasta cumplir su condena, exhibirlos para incrementar las denuncias, pero ¿dispararles a sangre fría y todavía rematarlos con una bala en la cabeza? Regresando al inicio de este texto, Bauman y Donskis tienen la esperanza de que existe un entramado social e institucional para identificar y diferenciar a los monstruos de las personas normales, para protegernos contra ellos; pero en este país vivimos en el peor escenario posible porque ni siquiera eso tenemos, y entonces, a las personas normales que se convierten en delincuentes porque su entorno inmediato se los permite y exige, hay que sumar a los malos que nadie detecta y detiene. Como nota aparte, no hay que conflictuarse por lo que dicen las estadísticas respecto de la presunta popularidad de los candidatos presidenciales estadunidenses, que también tiene sus propios monstruos, en esa “democracia moderna”, como en cualquier otra, los que en realidad deciden son las grandes corporaciones y sus multimillonarios propietarios, y darán color hasta el día de la elección, mientras, solo observan cómo reacciona la economía a los diferentes escenarios posibles.

FORZADO CAMBIO GENERACIONAL

Joaquín Córdova Rivas Envejecer no es malo, siempre y cuando se haga con dignidad. Nuestras sociedades tecnológicamente avanzadas creen poder arreglarlo todo, su soberbia nos lleva a querer disfrazar el paso del tiempo, negarnos a notar las arrugas, los músculos flácidos, las canas o la calvicie, la pérdida de rapidez y el equilibrio, también la memoria pierde datos que creíamos imborrables y que repentinamente se esconden en el laberinto neuronal. Por eso nos aseguramos que las generaciones siguientes tengan acceso a los conocimientos alcanzados por las anteriores, que no se pierda ese legado de costumbres, tradiciones, de la ética que trasciende al paso del tiempo. Pero esa continuidad aparente parece romperse cuando las generaciones nuevas creen que saber lo más reciente es saberlo todo. Y entonces desprecian la experiencia, la consideran un fardo innecesario, creen que se pueden saltar la historia porque es algo que ya pasó. Por lo mismo son esclavos de un presente que no entienden y de un futuro que no existe, porque cuando llega deja de serlo. Quieren exprimir cada instante y por lo tanto se vale probarlo todo, no se dan cuenta que el apresurarse en vivir los vuelve viejos prematuros y amargados, aunque por fuera parezcan jóvenes. Tampoco se trata de exaltar la gerontocracia, pero, como curiosa paradoja, la excelencia en las artes y la ciencia llega a edades cada vez mayores, allí están los ganadores de los premios Nobel de cada año, muchos son septuagenarios, octogenarios y hasta nonagenarios; sean de Química, Física o Literatura. Hasta en las listas musicales de popularidad siguen apareciendo los longevos ruckeros de los Rolling Stones, los de Pink Floyd, los viejitos de Who y muchos otros más. Algunos de los estudiosos de las ciencias sociales, de los que hemos echado mano para explicar esta actualidad que se nos escapa, también tienen su cúmulo de años, por ejemplo Zygmunt Bauman tiene más de 90 años y sigue explicando esta líquida realidad. Pero lo anterior pudiera revelar que estamos en una sociedad de extremos, una generación “joven” que quiere comerse la vida sin saber masticarla, y una generación muy vieja que se da su tiempo para digerir todo lo vivido. En medio parece haber una generación de transición, con el ansia de vivir de una y la desesperación por acumular conocimiento de la otra, quizás sin lograr plenamente ninguna de las dos. Pero dejémonos de elucubraciones, nuestra casta política parece estar viviendo un cambio generacional poco terso, los políticos tradicionales están siendo bruscamente desplazados por los fuereños que no logran identificarse con los usos y costumbres locales, es más, las perciben como obstáculos para el precipitado relevo generacional que pretenden, porque saben que de eso depende su permanencia en el poder local. Lo que aparece como simples anécdotas puede estar encubriendo ese disparejo cambio. No parece casual que la pretendida aristocracia queretana haya abandonado los territorios que le daban identidad, sin darse cuenta perdieron cohesión cuando dejaron el centro histórico para irse a las colonias “modernas”, tampoco reaccionaron cuando sus indispensables aficiones taurinas se mudaron de una avejentada Plaza Santa María a otra sin prosapia ni la tradición que a esta le sobraba. Ahora, que vuelven a perder el poder, porque ya habían recibido una severa advertencia cuando los fuereños les arrebataron la gubernatura y la presidencia municipal de Querétaro, se muestran desconcertados porque sus “costumbres y tradiciones”, como las tempranas y cuantiosas jubilaciones, no fueron respetadas, e incluso estuvieron a punto de ser tratados como simples delincuentes. A la aristocracia queretana ya le queda grande el estado, sus relevos no aspiran a ser mejores, simplemente a desplazarlos con todas las canonjías que eso implica, lo peor es que a los juniors de las familias tradicionales no parece interesarles esa obsesión por unos antepasados venidos de una madre patria venida a menos, tampoco asistir a alguna de sus universidades teniendo más cerca a las anglosajonas de nuestros vecinos del norte, eso de peregrinar cada año o tantos meses a un pueblito español no es atractivo en un mundo donde el avance tecnológico está en otras latitudes. El traslado de los intereses de una generación con respecto a la otra se ve hasta en los suplementos de sociales de los grandes diarios. Los apellidos poco conocidos pero cada vez más poderosos desplazan a los que creíamos serían “los mismos de siempre”. Falta saber si ese cambio generacional tiene éxito, obvio decir que está topando con resistencias que, al sentir tocados sus intereses, puedan aglutinarlos y regresar por la venganza en los próximos procesos electorales, si es que eligen la vía institucional y más o menos pacífica. Como sea, al queretano común y corriente no tiene porqué interesarle esa disputa interna, sólo quiere respeto a los derechos humanos, paz y tranquilidad social, empleo seguro, salud y vida digna con todo lo que implica, y un estado de derecho que sea parejo y no esté tandeado a los mismos poquitos de siempre, aunque estén peleados.