sábado, 19 de noviembre de 2016

LA MARCHA DE LOS INSENSATOS

Joaquín Córdova Rivas «Un fenómeno que puede notarse por toda la historia, en cualquier lugar o período, es el de unos gobiernos que siguen una política contraria a sus propios intereses. Al parecer, en cuestiones de gobierno la humanidad ha mostrado peor desempeño que casi en cualquiera otra actividad humana. En esta esfera, la sabiduría –que podríamos definir como el ejercicio del juicio actuando a base de experiencia, sentido común e información disponible–, ha resultado menos activa y más frustrada de lo que debiera ser. ¿Por qué quienes ocupan altos puestos actúan, tan a menudo, en contra de los dictados de la razón y del autointerés ilustrado? ¿Por qué tan a menudo parece no funcionar el proceso mental inteligente?» Barbara Tuchman, La marcha de la locura. FCE. ¿Quién lo dijera? Había que regresar a Tuchman para intentar salir de los lugares comunes, de los engañosos y pseudo tranquilizadores “aquí no pasa nada”, “todo tomará su nivel”, “los contrapesos de la democracia impedirán las locuras”, lo advierten conocedores como Jesús Silva Herzog Márquez: «La repetición actuará como sedante. Escucharemos la fórmula una y mil veces. "Presidente Trump". Lo que hoy se percibe vomitivo empezará a ser trivial. Dejará de cortarnos el aliento, dejará de indignarnos. El monstruo ha conseguido su victoria cuando deja de ser señalado como monstruo, cuando se le considera parte del paisaje. Se consuma la aberración: se trata al fascista como si fuera un político ordinario.» 14 de noviembre del 2016. http://www.reforma.com/blogs/silvaherzog/ Habría que ver si es solo un loco que se paseará en pantuflas por la Casa Blanca utilizando todo el poder concentrado en un sistema presidencial, o si representa algo más extendido, más colectivo. Barbara Tuchman habla de cuatro posibles explicaciones para un mal gobierno: «1) tiranía u opresión, de la cual la historia nos ofrece tantos ejemplos conocidos que no vale la pena citarlos; 2) ambición excesiva, como el intento de conquista de Sicilia por los atenienses en la Guerra del Peloponeso, el de conquista de Inglaterra por Felipe II, por medio de la Armada Invencible, el doble intento de dominio de Europa por Alemania, autodeclarada raza superior, el intento japonés de establecer un Imperio en Asia; 3) incompetencia o decadencia, como en el caso de finales del Imperio romano, de los últimos Romanov, y la última dinastía de China; y por último, 4) insensatez o perversidad.» Hasta ahora las opiniones sobre la victoria electoral de Donald Trump parecen inclinarse por la última, y se refuerza considerando las protestas, localizadas pero significativas, de grupos universitarios, de organizaciones dedicadas a la defensa de los derechos humanos, de los que no se resignan a regresar a épocas que se creían rebasadas de discriminación racial o de cualquier otro tipo, de aquellos que no recuerdan que su país es de migrantes y que eso explica su grandeza. Pero esa diversidad puede amalgamarse falsamente si se le inventa un enemigo común, sucedió con la Alemania nazi y los judíos, ahora ese enemigo común somos nosotros, los mexicanos. Pero la insensatez permanece cuando se sigue «una política contraria al propio interés de los electores o del Estado en cuestión. El propio interés es todo lo que conduce al bienestar o ventaja del cuerpo gobernado; la insensatez es una política que en estos términos resulta contraproducente.» «Para calificar como insensatez en este estudio, la política adoptada debe satisfacer tres normas: debe ser percibida como contraproducente en su propia época, y no sólo en retrospectiva. […] En segundo lugar, debió haber otro factible curso de acción. Para suprimir el problema de la personalidad, una tercera norma será que la política en cuestión debe ser la de un grupo, no la de un gobernante individual, y debe persistir más allá de cualquier vida política.» La primera norma parece estarse cumpliendo, las alarmas están encendidas dentro y fuera de su país, todavía no toma posesión del cargo y las reacciones no son buenas. La segunda también, los norteamericanos, con su peculiar democracia indirecta, pudieron haber votado diferente; los medios de comunicación y los múltiples analistas pudieron leer con más cuidado sus encuestas, advertir que se estaba despertando el monstruo de la intolerancia que no se había ido, simplemente estaba escondido debajo de la alfombra. La tercera es la que está en duda, aunque definitivamente Trump no llegó a donde está y estará, solo con su simpatía, su liderazgo, su honestidad y éxito —es ironía—. También falta saber si la incondicionalidad de su círculo cercano permanece, o si se dan cuenta e identifican la insensatez antes de que sea irreversible o produzca daños a muy largo plazo. Pero mientras eso pasa los retrocesos serán evidentes y quizás cueste décadas recuperarse, y eso en un mundo perversamente global no es nada bueno. Hay bases para el pesimismo, cuando los insensatos se empoderan y las instituciones les sirven como plataformas de lanzamiento, la ingenuidad, la indiferencia, la normalización son muy peligrosas. Los insensatos de aquí creen identificarse con los de allá, nuestro exsecretario de Hacienda no sabía que Trump ganaría, pero utilizó su influencia sobre alguien influenciable y apostó por el peor, no les importa joder a México si eso los hace quedar bien con quien les ayudará a hacerlo. El exceso de citas textuales se justifica, terminemos con Silva Herzog: «No hay política que no sea pedagogía. Un fascista no se limita a ocupar una oficina. Su visión del mundo se instala en lo más íntimo. Propagando odios y miedos, trastoca las cuerdas de la confianza y corrompe, hasta lo más profundo, la convivencia. No. Esto no debe ser normalizado.»