sábado, 20 de mayo de 2017

¿DE QUÉ ESTÁN HECHOS?

Joaquín Córdova Rivas Debe haber algo que le dé sentido a la vida, no como simple proceso biológico de nacer, crecer, reproducirse y morir; sino a la existencia de cada uno, que le otorgue significado a los afanes diarios, a levantarse de la cama, ir a la escuela o al trabajo, enfrentarse a los problemas cotidianos y excepcionales, a sentirse satisfecho ante la certeza de morir en cualquier momento. Algunas culturas pregonan la búsqueda de la felicidad, otras el estar en paz con uno mismo y con los demás. El “humanismo”, que quizás tenga mucho de egoísmo, nos proclamó la especie superior en un planeta que parecía inagotable, resistente a todo intento por destruirlo incluidas el resto de las especies no humanas. Pero topamos con que todos estamos relacionados y dependemos de los demás, hasta de los que no identificamos con un colectivo y vaporoso “nosotros”. Entre más trepados en la escala social, política o económica, más daño podemos hacer. Por eso son notorios los casos de grandes empresarios, de presidentes, secretarios de estado, legisladores, gobernadores, presidentes municipales, que se corrompen, que se “echan a perder”, que se pudren y degradan a los que están a su alrededor. Los grandes ladrones, esos que han sido tan desvergonzados y estúpidos como para ser detectados por una sociedad harta de sus abusos, sin contar todavía a los que nadan de muertito para no llamar la atención, no son monstruos excepcionales, tampoco personajes de gran inteligencia y valentía, apenas son más corrientes y comunes que todos los demás. ¿De qué están hechos? Caigamos en la provocación y personalicemos. ¿Cómo un niño gordito y de voz chillona se convirtió, antes de los 40 años, en otro de los saqueadores —porque los anteriores y el que le sigue tampoco deslumbran por honestos— de uno de los estados más ricos en recursos de todo tipo, pero con una población muy pobre? ¿Sus mayores —padres, abuelos, tíos, profesores— lo maltrataban, se burlaban de él, o le cumplían todos sus caprichos aunque nada se mereciera? ¿Nadie lo previno de que por muchas casas, ranchos, departamentos de lujo tuviera, su cuerpecito solo haría posible que disfrutara —es un decir— uno a la vez? ¿Alguien hizo el favor de decirle que aunque comprara muchas chucherías caras solo podría utilizar una cantidad limitada sin poder cargárselas todas para presumirlas? ¿Alguna alma caritativa, que lo quisiera un poquito, le advirtió que sus corruptelas dañarían irremediablemente la vida de otros y que lo convertirían en un personaje repudiado, digno de burla y odio, parapeto para proteger a muchos otros que han hecho y hacen los mismo que él? La atención mediática ha sigo intensa, mucho más que la de la “justicia” enlodada que se presta a negociaciones nada éticas. Ya le pasó al hijo de Pablo Escobar Gaviria, por mencionar un caso, quien a pesar de cambiarse de nombre, vivir fuera de su país, las acciones de su padre lo alcanzaron desde muy joven y se ha convertido en activista en favor de los principios y valores que su padre desdeñó, teniendo que asumir algunos de los costos de los daños provocados. ¿Para qué arriesgar a los descendientes directos a un proceso similar o más cruel? No es lo mismo ser hijo de fulano de tal, o de cualquiera que quizás no haya destacado en algo más que en ser congruente, amoroso, solidario y honesto, que llevar el apellido por línea directa de alguien que simboliza la corrupción, el agandalle y concentra el repudio social. ¿En eso los corruptos tampoco piensan? Los miles de millones de pesos robados, “desviados” como dicen los cronistas oficiales, no son solo billetes, representan obras sociales que no se hicieron —hospitales, médicos, enfermeras, equipamientos y medicamentos suficientes para que no enfermen y mueran seres humanos; también escuelas, mejores maestros, más libros, menos ignorancia; más autopistas y carreteras para acercar los productos, para detonar el crecimiento de regiones pobres y apartadas; más cultura para saber disfrutar de la vida—. En lugar de eso lo “logros” quedan en más muertes, más fosas clandestinas, más mujeres violentadas, más pobreza y desesperanza, más enfermedad e ignorancia; menos prensa y opinión pública y más periodistas asesinados; más inseguridad y delincuencia. No nos perdamos en los números, en los miles de millones de pesos que no hay cómo gastárselos porque no se puede transar con la muerte, con el repudio de los demás, no se pueden comprar tantas conciencias como para que sirvan de escenografía a una felicidad hueca y estúpida, sus corruptelas —ahora sí en plural—, atentan contra la calidad de vida de todos, y eso no se los podemos permitir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario