sábado, 20 de mayo de 2017

NO ES LO MISMO

Joaquín Córdova Rivas Cuando algo marcha mal en el proceso de ser cada vez mejores seres humanos, cuando parece que nos hundimos en el fango de la corrupción, de la intolerancia, del individualismo y de la incompetencia, aparece la tabla salvadora de la educación como la mejor alternativa para curarnos de esos y otros males. Ahora que los avances tecnológicos amenazan con volvernos obsoletos, en que la tecnobiología presume saber de lo humano más que nosotros mismos, la singularidad sentimental y emotiva, las infinitas posibilidades de relacionarnos con los otros, nos saca de sus omnipotentes algoritmos y reivindica que somos mucho más que la simple suma e interconexión de células, neuronas, órganos o lo que sea. Sabemos que somos mucho más que la simple acumulación de experiencias, habilidades o técnicas, que ser humanos escapa a las determinaciones de cualquier ciencia. “El hombre llega a serlo a través del aprendizaje. Pero ese aprendizaje humanizador tiene un rasgo distintivo que es lo que más cuenta de él. Si el hombre fuese solamente un animal que aprende, podría bastarle aprender de su propia experiencia y del trato con las cosas. Sería un proceso muy largo que obligaría a cada ser humano a empezar prácticamente desde cero, pero en todo caso no hay nada imposible en ello. De hecho, buena parte de nuestros conocimientos más elementales los adquirimos de esa forma, a base de frotarnos grata o dolorosamente con las realidades del mundo que nos rodea. Pero si no tuviésemos otro modo de aprendizaje, aunque quizá lográramos sobrevivir físicamente todavía nos iba a faltar lo que de específicamente humanizador tiene el proceso educativo. Porque lo propio del hombre no es tanto el mero aprender como el aprender de otros hombres, ser enseñado por ellos. Nuestro maestro no es el mundo, las cosas, los sucesos naturales, ni siquiera ese conjunto de técnicas y rituales que llamamos «cultura» sino la vinculación intersubjetiva con otras conciencias.” Fernando Savater, El Valor de Educar. https://www.ivanillich.org.mx/Conversar-educar.pdf Los tecnócratas sueñan con un mundo donde la educación escape de casi cualquier presencia humana —individual o colectiva—, para ellos lo ideal es que cada individuo, conectado al ciberespacio con el cordón umbilical de una computadora, Tablet, o cualquiera de estos artilugios, siendo diagnosticado su “estilo” ideal de aprendizaje, teniendo guardado en poderosas bases de datos sus “preferencias” y las necesidades de los mercados globales, sea “educado” de la manera más conveniente ¿para quién? Y entonces deshacerse de los molestos profesores que, como todo humano está sujeto a contingencias que algunos ven como comportamientos indeseables: se enferman, quieren que se reconozca su labor, se organizan para defender sus intereses, opinan y quieren que se les considere al momento de tomar decisiones sobre lo que hacen o pueden hacer, se solidarizan y empatizan con los niños y jóvenes con quienes conviven cotidianamente, no pueden ser indiferentes y dejar pasar lo que les parece malo o criticable. Pero es que adiestramiento y educación no son lo mismo. “Porque educar es creer en la perfectibilidad humana, en la capacidad innata de aprender y en el deseo de saber que la anima, en que hay cosas (símbolos, técnicas, valores, memorias, hechos...) que pueden ser sabidos y que merecen serlo, en que los hombres podemos mejorarnos unos a otros por medio del conocimiento. De todas estas creencias optimistas puede uno muy bien descreer en privado, pero en cuanto intenta educar o entender en qué consiste la educación no queda más remedio que aceptarlas. Con verdadero pesimismo puede escribirse contra la educación, pero el optimismo es imprescindible para estudiarla... y para ejercerla. Los pesimistas pueden ser buenos domadores pero no buenos maestros.” Ya lo tratamos en otro texto, no cualquiera puede y debe dedicarse a educar. Al contrario de los que no saben de qué va el asunto, la actividad educadora “formal” —para diferenciarla de todas las demás—, no puede medirse por las horas frente a un grupo de estudiantes, tampoco se puede igualar —ahora le dicen homologar— a cualquier otra actividad laboral, no es solo cuestión de tener los conocimientos básicos en varias disciplinas y saberlos relacionar conociendo sus interacciones, también es de actitud, de interesarse por los otros más allá de los números que marcan asistencias, calificaciones, es más que acreditar que se lograron desarrollar conocimientos, que se arraigaron valores, que se está éticamente comprometido con todo y con todos, es —y vale la pena repetirlo— lograr ser mejores seres humanos y eso ningún algoritmo lo puede hacer. Coincido con Fernando Savater: “Hablaré del valor de educar en el doble sentido de la palabra «valor»: quiero decir que la educación es valiosa y válida, pero también que es un acto de coraje, un paso al frente de la valentía humana. Cobardes o recelosos, abstenerse. Lo malo es que todos tenemos miedos y recelos, sentimos desánimo e impotencia y por eso la profesión de maestro —en el más amplio sentido del noble término, en el más humilde también— es la tarea más sujeta a quiebras psicológicas, a depresiones, a desalentada fatiga acompañada por la sensación de sufrir abandono en una sociedad exigente pero desorientada.”

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