viernes, 22 de septiembre de 2017

APOSTAR POR LA MEMORIA

Joaquín Córdova Rivas Sienten que se les quema el tiempo, que los instantes vuelan como cenizas hacia la nada, que la historia ni siquiera los reclamará para un tardío ajuste de cuentas. Nuestros políticos viven en un tiempo paralelo donde los problemas del país y sus habitantes no merecen atención alguna. Es más, apuestan al olvido. Se arman y se desarman “frentes políticos, amplios, democráticos, necesarios e imprescindibles”, se cierran o abren posibilidades para candidatos externos o “ciudadanos”, en su tonta existencia temen descifrar lo que parecen indicar las encuestas elevadas a crípticos oráculos. No alcanzan a entender que las cosas no son lo que parecen, que los datos duros se interpretan, se les da significado. Después de la estupidez de los “daños colaterales” están empeñados en creerse una narrativa que los exculpa de cualquier complicidad, de cualquier omisión, de cualquier responsabilidad, de su propio olvido. Creen que el afán por construir una amnesia propia puede contagiarse y volverse colectiva. Pero pierden de vista lo básico y hasta con un verso se les puede desbaratar la falsa ilusión que los anima a caer en la ignominia: “Cómo voy a olvidarme/ si el olvido es memoria, / de qué debo olvidarme / están hablando en broma.” El cantautor Víctor Manuel San José sabe de viejas heridas, igual que toda su generación y las que siguieron a la Guerra Civil Española. Sabe, como nosotros estamos aprendiendo, que las catástrofes colectivas son tan amplias y profundas que no cabe el olvido, aunque estén “dosificadas” y formen parte de un paisaje que apuesta por la normalidad. Un ejecutado por aquí, un descuartizado por allá, una desaparecida por cualquier lado, un extorsionado que por temor calla, cualquiera que es despojado de parte de su vida, otro a quien le secuestran la tranquilidad familiar, pero son tantos y por todas partes que sin querer se van entrelazando, son tan profundas las heridas que no cabe la distracción, ni la negación duradera, mucho menos el olvido. También desde el arte, en este caso la fotografía, desde el ser una mujer mexicana sabedora de pertenecer a un país y una sociedad que se desmorona sin que parezca reaccionar, desde una exposición de su obra titulada Pista de Baile, Teresa Margolles, dicen sus reseñas «Además de ecléctica creadora, se formó como técnico forense en México. Así empezó, poniendo ciencia y luz sobre las causas del fallecimiento. El crimen como ventana. Por eso, su obra pone siempre su aliento en la violencia. Lo posa sobre su cruel naturaleza como si la frotara. Crisis y desmembramiento. Política y descomposición. Violencia y muerte. A estas trágicas presencias destructoras saca de su espacio oculto y periférico y las instala con piel y fluidos en el nuestro para que obren y respiren como denuncia y huella. La íntima comprensión de lo terrible se deja sentir. También su furia. Su obra grita al silencio y al trauma de la desaparición y su arbitrariedad. Y por derecho, acusa y enfrenta al poder político con esa realidad de luto y duelo que ha creado y que, además, fomenta. Cuestiona también nuestra comprensión y hasta nuestra sensibilidad farisea. Nos pone en entredicho por no ver ni tomar conciencia ni posición ante la injusticia social o de género y la agresividad que le pertenece”.» http://www.plataformadeartecontemporaneo.com/pac/pista-de-baile-de-teresa-margolles/ Si nuestros medios de comunicación masiva están apañados y empeñados en crear esa falsa normalidad macabra: “si lo desaparecieron, ejecutaron, levantaron, descuartizaron, asesinaron, robaron es porque andaba en malos pasos”, todo se justifica enlodando a las víctimas sin perseguir a los victimarios. Pero ni así les alcanza, la valentía y terquedad de los familiares, amigos, compañeros y ciudadanos solidarios, saca a la luz las falsedades del discurso oficial: «México se acerca a su momento más mortífero en décadas: más de 100.000 muertes, 30.000 desaparecidos y miles de millones de dólares en la hoguera de la lucha contra el crimen organizado, y las flamas siguen vivas. En los primeros seis meses de este año ya se han dado más homicidios a nivel nacional que en el mismo periodo de los últimos veinte años, cuando empezaron los registros.» https://www.nytimes.com/es/2017/08/04/violencia-mexico-homicidios-tecoman/?mc=adglobal&mcid=facebook&mccr=ES&subid=LALs&subid1=TAFI No, no nos olvidamos que todas y cada una de las víctimas tienen un nombre, una familia, una historia; que esta supuesta guerra contra el narcotráfico, contra la delincuencia organizada en complicidad con las esferas del poder formal, tiene como principales víctimas a los ciudadanos comunes y corrientes: «La camioneta se detiene bruscamente frente a un grupo de hombres que platican bajo los escupitajos solares del mediodía, quienes ven la escena de lejos se vuelven espectros que desaparecen. Del auto baja un comando armado de encapuchados, pueden ser sicarios del narco o policías: saben por quien van aunque a veces el elegido sea inocente, un miserable con la suerte podrida. A puñetazos, patadas y empellones lo suben a la camioneta, vociferan, se burlan y con un odio tremendo lo sentencian. Suben al automóvil y con la misma violencia se alejan para dejar en el ambiente un olor a sangre, impunidad y terror.» Javier Valdez Cárdenas, Levantones, historias reales de desaparecidos y víctimas del narco. México 2012. Mientras esto pasa, nuestros dioses aztecas, mayas, o de cualquiera de nuestro amplio abanico de pueblos originarios reclaman a sus guerreros, dos de los más recientes, entrañables para nuestra generación de chavo rucos: Eduardo del Río Rius y Jaime Avilés, representantes dignos de esa izquierda socarrona que todo ponía en duda y que no dudaba en denunciar lo que consideraba injusto o falso. Nuestros políticos jugando entre ellos a decidir nuestro futuro, o más bien cómo robárselo, nosotros apostando por la memoria a la que le canta Víctor Manuel: «Cómo voy a olvidarme / ya sé que les estorba / que se abran las cunetas / que se mire en las fosas / y que se haga justicia / sobre todas las cosas / que los mal enterrados / ni mueren ni reposan.»

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