viernes, 22 de septiembre de 2017

EL ESTILO DE GOBERNAR

Joaquín Córdova Rivas No recuerdo que en la historia reciente de Querétaro sucedieran varios hechos que, relacionados, llevaran a pensar en un rompimiento irreparable en la comunicación política entre ciudadanos y gobernantes. Ha habido desencuentros y francas confrontaciones, hasta se ha utilizado a la fuerza pública contra sectores vulnerables de la población con el pretexto de “poner orden” o siguiendo —siquiera como coartada— polémicas resoluciones judiciales. Pero que profesionistas, habitantes o usuarios frecuentes del centro histórico expresen inconformidades por la falta de consenso en la construcción de obra pública, y que por no sentirse escuchados y tomados en cuenta decidan manifestarse hasta ser desalojados por la fuerza, eso sí no se había visto. La verdad, resulta asombroso que en pleno corazón del conservadurismo queretano, exista cuestionamiento e inconformidad contra un gobernante cuya principal característica sea personificar esa forma de pensar y actuar. Como que algo no cuadra. El enojo, la impotencia, la extrañeza por lo que se percibe como un uso desmedido de la fuerza, puede llevar a culpar a una persona, en este caso al presidente municipal de la capital queretana, de tener ciertos rasgos de personalidad que lo lleven a la cerrazón o al autoritarismo, hasta el momento no se ha escuchado que la indignación se dirija a su partido, al resto del gobierno municipal —por ejemplo los regidores, al encargado de seguridad pública, al secretario de obras públicas, a los concertadores políticos, a los encargados de comunicación social cuya tarea sería proveer la información suficiente y poner al alcance de los ciudadanos los argumentos de las acciones de su gobierno—, sino que las quejas y denuncias se enfilan directamente al munícipe. Podemos encontrar la razón de lo anterior en dos características de nuestro sistema político, primero, una debilidad institucional extrema, donde no existen controles a lo que se percibe como caprichos personales, o la simple satisfacción de intereses del mismo tipo. Y segundo, a que la debacle de nuestra democracia empodere a cualquier autoridad —en este caso del poder ejecutivo de un municipio—, por encima de lo que está políticamente pensado. Vamos, que nadie se atreva a pedirle cuentas o ponerle freno cuando se requiera, menos una ciudadanía que, desdeñada y sin voz que sea escuchada en las alturas del poder, inaugura formas diferentes para hacerse oír encontrándose con la fuerza como única razón de Estado. El estilo personal de gobernar —como dijera Daniel Cosío Villegas— era de uso presidencial, pero la atomización, producto de varias reformas políticas mal aplicadas, ha hecho que este término también se tenga que aplicar hasta el nivel de gobiernos municipales. Don Daniel lo explicaba así: «tomaré como punto de partida de este ensayo, una idea bastante obvia, puesto que el presidente de México tiene un poder inmenso, es inevitable que lo ejerza personal y no institucionalmente, o sea que resulta fatal que la persona del presidente le dé a su gobierno un sello peculiar, hasta inconfundible. Es decir, que el temperamento, el carácter, las simpatías y las diferencias, la educación y la experiencia personales influirán de un modo claro en toda su vida pública y, por lo tanto, en todos sus actos de gobierno». Cosío Villegas se refería en específico al sexenio echeverrista y a la forma de gobernar de dicho señor, siempre satanizado por, en primer lugar, la derecha política, por eso resulta extraño que esa corriente ideológica, tan refractaria al echeverrismo, haga lo mismo cuando ocupa cualquier puesto gubernamental, y que la “inmensidad” de ese poder quepa en los estrechos márgenes geográficos de un municipio. El 4 de mayo de 1995 Lorenzo Meyer —El estilo impersonal de gobernar, diario Reforma— escribía: «Daniel Cosío Villegas en El estilo personal de gobernar (Mortiz, 1974), y tras examinar el gobierno de Luis Echeverría, formuló una hipótesis: en nuestro país, una parte sustantiva de la política se explica más por las características personales de quien concentra y ejerce en grado desmedido el poder —el presidente—, que por las condiciones estructurales del sistema en que ese poder se ejerce. Otra forma de decir lo mismo es esta: la institucionalización política en México es deficiente y las personalidades importan mucho. Para don Daniel, no había duda que las características más desafortunadas del echeverriato —incongruencia, contradicción, improvisación, desmesura o ignorancia— coincidían con las peores características del propio Luis Echeverría Álvarez. En virtud de lo anterior, y según don Daniel, la esencia de la vida pública en México depende en alto grado de las características individuales de sus presidentes.» Vamos al meollo del asunto. Una céntrica avenida, que sí requería de reparaciones, es cuestionada por la excesiva tardanza en realizarlas y por el método absurdo de ensayo y error hasta para poner los adoquines. Otra calle importante del centro histórico intervenida sin que parezca existir una necesidad manifiesta, más bien parece simple capricho. Para colmo, se utiliza maquinaría que con su peso y excesivas vibraciones está afectando las viejas construcciones que le dan ese sello característico a un lugar catalogado como patrimonio cultural de la humanidad. Lo malo es que la información presentada en la página electrónica del municipio en cuestión, nos regala una ficha técnica que da por terminada la obra en el mes de enero de este año, siendo que el 25 de julio, fecha de la consulta electrónica, eso no era cierto. Más, la ficha técnica de la obra en la avenida Ezequiel Montes no aparece ni georeferenciada —http://www.municipiodequeretaro.gob.mx/transparencia_obraspublicas.php—. Otro detallito, la misma página advierte que está “actualizada” hasta febrero de este año. Como que es mucho desorden para ser accidental. De plano nuestra “institucionalidad democrática” está por los suelos, no hay quién les pida cuentas a nuestros gobernantes, ni su partido, ni una autoridad superior del mismo poder, y tampoco funciona la vigilancia de los otros poderes entre sí, cada quien hace lo que se le pega la gana sin más criterio que su propio capricho, por eso la corrupción está metida hasta el tuétano de nuestro sistema político. Ya se multiplican las voces de alerta, hasta los organismos empresariales están asustados del monstruito que alimentaron, hasta que creció al punto de amenazarlos directamente. Para la ciudadanía es otra cosa, es el descubrir que no hay casos aislados, que la represión es pareja, que la intolerancia se disfraza de orden público y arrasa con quien se deje.

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