viernes, 22 de septiembre de 2017

GRADUADOS Y ATURDIDOS

Joaquín Córdova Rivas Fuente de satisfacción personal, orgullo familiar, esperanza social. Los logros educativos pueden ser eso y más, pero también menos. Temporada de graduaciones, nuestros jóvenes celebran el término de la ahora llamada “educación básica obligatoria” que legalmente abarca desde lo que conocemos como preescolar, pasando por primaria y secundaria, para rematar con el bachillerato o preparatoria. En términos legales y de desarrollo, es un tránsito desde la infancia hasta la mayoría de edad. Por eso el trayecto escolar es importante. No solo la escuela educa, también lo hace y de manera determinante la familia, también la iglesia —cualquiera de ellas—, los medios de comunicación, las ahora omnipresentes redes sociales, el entorno urbano o rural y sus costumbres y tradiciones, la vida misma que engloba todo lo anterior y lo que haga falta. La educación formal debiera aspirar a formar ciudadanos críticos, reflexivos y bien informados, además de hacer posible la adquisición de conocimientos necesarios en un contexto histórico actual, y de desarrollar habilidades para aplicarlos para un beneficio colectivo y personal. Muchas veces remará contra la corriente enfrentándose a prejuicios, discriminaciones, intolerancias, imposiciones, supersticiones, desidias, impunidades y corrupciones; con el riesgo de normalizar y legitimar un desorden social injusto y represivo. Pero los riesgos siempre están allí y hacer nada no es una opción. Hay que celebrar con gozo y con cautela, no son cualidades contrarias, menos en estos tiempos convulsos y acelerados. En una sociedad tan desigual como la nuestra todo parece irse a los extremos sin encontrar un equilibrio que disminuya las tensiones sociales, que de tan fuertes llegan a romper un tejido social ya muy dañado. «Se ha generado desde arriba y en torno nuestro una violencia ambiental que todo lo permea y se vuelve lo usual, y que paulatinamente va reduciendo también lo poco que va quedando para vivir sin temor. Y esto es sumamente grave porque va contra los espacios que siempre han sostenido la carga más pesada para que los conflictos no se salgan de cauce, para que tengan contención (en su sentido de algo que acoge y repara): lugares como la pareja, la familia, el grupo escolar, la escuela, la comunidad, los vecinos, el barrio, la unidad habitacional. [...] Crecientemente estos espacios pequeños pero vitales, también están bajo acoso. Es el efecto de las grandes políticas y, sobre todo, de las grandes decisiones que han trastocado la ecología social y que se han convertido en el medio denso y opaco que todos habitamos y respiramos sin importar donde estemos. Es la atmósfera que crean las políticas neoliberales del Estado, los medios y una economía capitalista feroz, nutrida por el narcotráfico y la corrupción. De ahí surgen y se nutren los procesos de desmembramiento de familias y comunidades, la migración y el reforzamiento de la atmósfera violenta. Los promotores del rompimiento de las normas de la convivencia económica antes regulada por la política social, desmantelaron los grandes acuerdos sociales que a su vez alentaban y reforzaban a esos millones de acuerdos pequeños de la malla fina que sostiene la sociedad. Ese es el gran error de un Estado que no promueve el bienestar sino, primordialmente, busca ofrecer condiciones competitivas a la inversión y al comercio internacional. Cuando la mitad de la población económicamente activa no tiene un trabajo formal y sigue estancada en la pobreza, cuando millones viven del subsidio oficial y no de fuentes dignas de trabajo, cuando las escuelas superiores son escasas, se vuelve difícil argumentar que la violencia social generalizada y difusa se debe a que como sociedad no somos suficientemente represivos.» Hugo Aboites. Violencia contra la educación. http://www.jornada.unam.mx/2017/06/24/opinion/016a2pol Allí están presentes las desigualdades sociales, no es lo mismo graduarse en un Colegio de Bachilleres, un CONALEP o cualquier otra escuela pública, que hacerlo en una privada para familias de altos ingresos. Las primeras, atendiendo a las mayorías que muestran los efectos generacionales de esa desigualdad, de la incertidumbre en el futuro y luchando por compensarlos, y las segundas, necesariamente selectivas y discriminadoras, sumidas en la autocomplacencia de los privilegios heredados, de las certezas inmerecidas. El académico, periodista y escritor Ricardo Raphael utiliza como metáfora social un edificio de 10 pisos para explicar la desigualdad y escasa movilidad social: «En México, sólo 4% de quienes se encuentran hasta arriba empezaron la vida en la planta baja de la construcción social. 1 de cada 2 personas nacidas en los dos primeros pisos de abajo tendrá hijos que vivirán ahí mismo. La niña mazahua que vende chicles en la esquina de un barrio elegante tendrá antes de los dieciséis años una hija cuya historia repetirá de manera casi idéntica los pasos de su progenitora; el azar jugará para ella un papel menor porque su biografía ha sido determinada de antemano. Si se coloca la cámara en el otro extremo, resulta que los habitantes de los pisos 9 y 10 son muy afortunados: únicamente 4 de cada 10 llegan a descender al piso 8 y sólo 2 de cada 10 caen más abajo. Mientras los residentes del edificio mexicano la tienen muy difícil cuando quieren subir, quienes están alojados en los pisos superiores corren pocos riesgos de descender. La oportunidad la asigna la cigüeña y después de ello hay poco más que hacer. La razón principal de pertenencia al estrato social deriva del nacimiento, no del mérito, el esfuerzo o las oportunidades.» https://cursosespeciales.files.wordpress.com/2011/07/3-1_raphael_mirreynato_vii.pdf En esas condiciones, una reforma educativa que pretenda una mayor movilidad social topará con las resistencias de quienes ya se apropiaron, de manera exclusiva, de los pisos superiores de este imaginario edificio. Hay que demostrar, por si hiciera falta, que pobreza generacional no es destino y que riqueza heredada o ajena tampoco es garantía de éxito.

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