jueves, 2 de noviembre de 2017

IDEOLOGÍA RECONSTRUCTIVA

IDEOLOGÍA RECONSTRUCTIVA Joaquín Córdova Rivas Es cierto, en un primer momento nuestros sentidos son indispensables para apropiarnos de la realidad que nos rodea. Pero, si nos quedamos allí nuestro mundo se hace chiquito, del tamaño de nuestros brazos, de lo que alcancen a tocar nuestras manos, de lo que vean nuestros ojos, de lo que huela la nariz, de lo que oigan los oídos, de lo que pruebe nuestra lengua, y aun así, nada garantiza que mi agudeza visual sea la misma de los demás, tampoco que sienta, huela, saboree o perciba las texturas igual que el resto de mis semejantes. Cada uno tiene su forma de relacionarse sensitivamente consigo mismo y con lo que tiene al alcance. Y no hay forma completa de saber lo que siente cada quien. Agreguemos una cosa más, todo lo que sentimos está mediado por nuestro cerebro, allí se concentran todas las estimulaciones sensoriales y se interpretan. Y esa interpretación también es muy personal. Aprendemos que ciertos olores son desagradables porque indican que hay cierto peligro en tocar o comer lo que nos puede dañar, pero ese aprendizaje depende de los otros, de los que nos acompañan en nuestra tierna infancia, pero lo que para algunos puede ser un contacto amoroso, para otros, eso mismo, puede ser parte de una agresión mayor; lo que alcanzamos a ver tiene también sus efectos, para algunos será arte, para otros simples trazos al azar; hay quien se deleita con un buen vino tinto, otros que no aprecian una bebida de otra, y así podemos seguir con el resto de los sentidos, y aun así faltarían los interoceptivos, esos que nos avisan cómo nos sentimos o en qué posición y distancia estamos con respecto al suelo, o los que cuidan nuestros pasos y equilibrio, o los que sienten las lejanas miradas. Pero no nos conformamos con eso, para salirnos de la limitada cercanía sensitiva inventamos los conceptos, las palabras, el lenguaje. Y entonces, como dicen los clásicos, nuestro mundo, el de cada uno, es del tamaño de ese lenguaje, porque nos apropiamos de lo que nombramos, lo que no tiene nombre para mí, no es parte de mi mundo. Aprendemos a amar y a odiar, a vengarnos o a perdonar, encelarnos o confiar, a pensar y creer que en colectivo podemos vivir mejor, o, al contrario, que el individuo está por encima de todas las cosas y que su libertad vale más que el bienestar de todos, por eso nos agrupamos alrededor de ideologías, de formas de ver e interpretar lo que somos y queremos ser. Por eso, predicar que las diferencias ideológicas ya se sobrepasaron, que ya no existen, que no son necesarias, solo sirve para legitimar e imponer el estado actual de las cosas, fomentar el inmovilismo, el conformismo como bandera social. Así, el discurso del engaño se instala y se normaliza, como muchas cosas indeseables en nuestras vidas. Parece que todos queremos lo mismo, pero la forma de lograrlo puede hacerlo posible o imposible, puede facilitarlo o eternizarlo con las consecuencias sociales —pobreza, muertes por abandono y enfermedad, simple sobrevivencia en lugar de una vida digna— que todos, bueno, casi todos, vemos. No, no es lo mismo la izquierda que la derecha. No es lo mismo establecer políticas sociales para distribuir la riqueza que producimos todos, a creer que hay que concentrar la riqueza en pocas manos para después distribuirla —lo que nunca ocurre, pero es que hay que tenerles paciencia—. No es igual promover y reconocer los derechos de todos, incluso los de las llamadas minorías, que imponer, por la coerción y fuerza del Estado, lo que piensa y cree un pequeño grupo de iluminados que expropia la capacidad de pensar que tenemos todos, disque por nuestro bien, o un hipotético “bien común” que curiosamente nunca se alcanza. Hasta llegamos a justificar políticas de combate a la pobreza que producen más pobres, perdonar deudas fiscales de grandes corporativos que tienen dueños específicos, y ahorcar a los miserables contribuyentes cautivos quienes además “gozan” de salarios miserables y cada vez menos derechos laborales. Pregunta impertinente: ¿por qué las fundaciones de los ricos esperan a que se les done para ellos donar a los damnificados de los desastres naturales, no podrían hacerlo y ya? ¿o es que así duplican sus deducciones fiscales? Pruebe su ideología. Hay maneras diferentes de interpretar la realidad. Nos arrojan el anzuelo de “renunciar” al dinero de las campañas electorales, a cambio de retroceder unas décadas en la representación política equilibrada, que se logra, o al menos se hace posible, con las posiciones plurinominales. Regresar a que la minoría menos pequeña se lleve todo, beneficia al voto duro, corporativo, comprado, que ya sabemos quién tiene. Mientras, las consecuencias de la corrupción aparecen en nuestras carreteras, libramientos viales, calles y edificios mal construidos, nos quieren cambiar unos hipotéticos 9 mil millones de pesos para la reconstrucción del país, que requiere de todo lo que se han robado, a cambio de que nos olvidemos que uno solo de sus gobernadores “desvió” 35 mil millones, buen negocio. Pero habría que olvidarse de los 3 años del crimen impune de Ayotzinapa, de Tlataya, de las redes de trata que cruzan nuestros territorios, de chupaductos y huachicoleros, del acoso y espionaje a dirigentes sociales que buscan desenmarañar las redes de corrupción que invaden todo, de los periodistas que investigan y encuentran lo que otros quieren mantener oculto e impune. La reconstrucción no requiere solo de dinero, que también buscarán “desviar” a sus bolsillos y cuentas bancarias, también de coraje, impaciencia, organización y resultados.

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